Te voy a desear lo mejor

No es suficiente con dar vuelta la página, sino también cambiar de capítulo.

“Cierren los ojos y piensen en un momento que los haya hecho feliz”.

Estoy andando en motito, agarrada de la cintura de mi pareja. Es una motito de una mínima estabilidad, parecemos dos elefantes arriba de un triciclo. Apoyo la cabeza en su espalda sabiendo que ese sería uno de los últimos recuerdos juntos.

Ok, no. No puedo elegir un recuerdo feliz con mi ex.

Busco otro mejor.

Estoy andando en bicicleta. La ruta está bordeada de vegetación selvática, de esa que me gusta a mí. Más adelante va mi pareja que se da vuelta y me retrata.

Pucha, sigo buscando, tiene que haber otro recuerdo.                                

No… ese no, ese otro tampoco. “Porfa Ciencitas, concentrate” me reproché.

Fruncí el ceño hasta hacer aparecer lo recuerdos correctos. Me obligué a recordar otro tipo de situaciones que me habían hecho feliz. Me encontré viajando en la ruta con amigas, bailando descontrolada en el living de casa, compartiendo un mate en una plaza, festejando Navidad con mi familia, zambulléndome al mar de noche, jugando horriblemente al tenis, flotando en el río. Claro que podía elegir entre miles.

Volví a casa demasiado confundida. Los momentos más felices que se me vienen a la mente son con una persona que me partió el corazón. Me rompió el corazón de manera desleal, de la manera que no se deben romper corazones. Déjenme decirles que sí, que existen maneras.

Yo no estoy exenta de haber roto algún corazón, pero espero haberlo hecho como corresponde.

Siempre intentando apaciguar la caída, intentando cuidarlo hasta el último momento, me preocupé de llenar el lugar de palabras tiernas, de agradecimiento sincero por el tiempo compartido, de empatía con el dolor ajeno para finalmente soltarlo de la manera más delicada posible, esperando que el golpe no genere más que leves rasguños.

“¿Está mal si no le deseo lo mejor?” Le pregunté a la psicóloga.

Me sentía horrible persona porque no podía pensar en él sin rabia que se manifestaba en lágrimas, en contestaciones fuera de lugar a las personas que más quería, en mal humor constante. Me había transformado en una persona gris y eso me desesperaba porque no sólo yo me había dado cuenta, sino los que me rodeaban. “Vos estás rara”, “vos andás en algo”. Sí gente, andaba intentando resolver temas de autoestima, de seguridad y de confianza. Son años de construir con ladrillitos cada uno de esos pilares para que puedan derrumbarse en cuestión de segundos. La frustración fue tan grande que me volví una persona triste.

Varias veces intentamos volver y cada una de esas veces volví a salir herida.

El orden de los factores no altera el producto. ¿Cuántas veces lo vimos en la escuela? Pero nadie nunca me dijo que era una enseñanza aplicable a la vida misma. Entendí que intentando siempre lo mismo no tendría un resultado diferente.

Así que primero elegí el resultado: quererme. Y fue un dominó que se desató a mi alrededor, llenándose de gente que me reflejaba mi mejor versión, con las carcajadas más contagiosas, los abrazos más cálidos, los chistes más oportunos. Hace ya algún tiempo empecé a ser una persona feliz de nuevo.

Me acosté en la cama, puse música y me quedé disfrutando del momento. Tenía los ojos abiertos, pero la luz ya había logrado encandilarme, así que no podía mirar nada puntual cuando de repente focalicé la tapa de la lámpara colgante. Estaba mal colocada, se asomaba el hueco de los cables.

“¿La ajusto más?” “Nah, dejá… está bien así” le dije a mi ex cuando me ayudó instalándola. Hoy lo recuerdo sin culpa. Fuimos felices, no tengo dudas. Pero nos amamos de maneras diferentes. Terminamos de la peor manera porque no tuvimos las mismas herramientas para querernos, y eso se nota sobre todo en esos momentos.

Definitivamente fue amor, diría Fabi Cantilo. Y hoy puedo desearle lo mejor, hoy sí.

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