El día que solté

Cerrar etapas es algo que nunca me sentó bien.  Por lo general me aferro a algo material y le atribuyo una carga emocional sin precedentes. Hace 8 años mi (ex)novio me regaló una bicicleta para mi cumpleaños. Para ese entonces no tenía siquiera la inquietud de pedalear. La miré con desconfianza y me pareció un regalo algo absurdo. ¿Una bicicleta? ¿Posta?

A partir de ahí fue un camino de ida. No hay nadie que no me haya visto en ella. Era casi como una parte fundacional en mí. Laburos, viajes, paseos, idas a bares, citas. La mina te caía en bicicleta sin importar los kilómetros.

Para que tengan una idea, en la estación de Villa Pueyrredón el guarda me había bautizado como ‘el ángel de la bicicleta’.

Hacía un tiempo había estado pensando en venderla y comprarme otra. Pero había algo que no me permitía soltarla. Melancólica de la relación que no fue y dramática de pensar que con otra bicicleta ya no sería lo mismo.

Hoy me robaron la bici. Sí, así como lo leen.

Corrí, les juro que corrí al chorro por mitad de la calle a los gritos en pleno Palermo. Grité desde mis entrañas ‘ES MI BICICLETA’. Mientras corría pensé en mi ex. Pensé que nunca se imaginaría que terminaría persiguiendo a un chorro, que gritaría y que mientras pensaría en él.

Pero dejé de correr en un acto de valentía conmigo misma. Yo estaba eligiendo parar. Yo estaba soltando una etapa. No lo habría alcanzado tampoco, pero me gusta pensar que fue mi manera de terminar algo que ya era momento de dejar ir.

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