Del que chocábamos paletas

Había sido un día de febrero extremadamente caluroso y, por consiguiente, cuando tuve que elegir qué vestir a la noche me incliné por uno de los vestidos más cortos y apretados que tengo.

Es un vestido que me salió chirolas, pero tiene algo que cuando lo uso la gente me percibe elegante. En verdad es un morley negro berretón, pero debe tener algo que me favorece porque es un vestido que no pasa desapercibido. Muchas veces elijo usarlo con sandalias bajas porque sino es ‘too much’ (demasiado), me entienden ¿no? Por lo general, pese a ser leonina, prefiero no llamar la atención, aunque nunca falta que me tropiece o me atore y termine haciendo un ingreso triunfal. El famoso debut y despedida.

Me pasó a buscar la Srta. ‘Talismán’ para ir a ver un show de jazz. Yo no hice ninguna pregunta relacionada más que aceptar lo que me pareció un planazo que incluía morfi y buena música.

Apenas me subí a su auto, riéndose me dijo ‘apaaaaa, qué linda estás’. Les dije, ese vestido no falla.

Llegamos al bar, ella había reservado especialmente cerca del escenario, y mientras esperábamos la mesa le pregunté cómo sabía de la movida que se armaba ahí.

¿No te dije? El baterista de la banda es amigo mío.

Elegimos qué comer y tomar. Yo no la jugué de ‘señorita’, me pedí alto plato sabiendo que el vestido era elastizado y el negro oculta cualquier inchazón post comilona.

La banda sonó espectacular, disfrutamos muchísimo, charlamos, brindamos e hicimos la digestión con un postre jaaaa. Luego de que la banda avisara que se tomaba un break, el baterista se unió a nuestra mesa. Compartimos unos minutos de charla amena. Se me ocurrió fanfarronear dicéndole que yo tocaba el piano, como para hablar entre pares. Pero antes de darle tiempo a que me preguntara más sobre mi talento le confesé que había tomado tan sólo 3 clases y le hice la mímica de cómo pongo los dedos con hipertrofia al momento de tocar jaaaaa.  Bingo. Había logrado llamar su atención con un chiste bobo como ese. Yo lo noté y la Srta. Talismán también pero ninguna hizo referencia a ello.

El Baterista tuvo que volver al escenario y nosotras seguimos deliberando sobre energías, sobre hombres y sobre la situación socioeconómica del país. Imposible que nos faltaran temas de conversación.

Minutos más tarde la banda de jazz le cedió el escenario a una de reggae. Unos rastafaris tomaron total control del espectáculo y le dieron otro tinte al devenir de la noche. El baterista volvió a optar por sumarse a nuestra mesa. Hablamos hasta que nos avisó que debía sentarse en la mesa con el resto de los músicos, y así fue como nos despedimos.

Con la Srta. ‘Talismán’ jamás hicimos alusión al baterista. Concluyó la noche, nos despedimos y si de mí hubiera dependido ahí habría concluido mi vínculo como pianista con un baterista.

Peeeeeeeeeero, en los tiempos que corren en los que nadie pide el teléfono en tiempo real, el baterista me buscó por Instagram. No hablamos hasta unas semanas después en las que me escribió ‘¿vamos a tomar algo un día de estos?’

Me encantó no haber tenido que responder mensajes previos para llegar a un convite. Acepté de buena gana y propuse que fuera después de mi clase de piano, como para tener frescos algunos conceptos de figuras rítmicas y poder desplegar mi gracia.

Se ofreció a pasarme a buscar, lo cual rechacé amablemente avisándole que iría en bici.

Al salir de mi clase de piano noté que la rueda de atrás estaba muy desinflada y en el intento de mantener el plan de ir en bici le mandé un mensaje al baterista diciéndole ‘rarísimo esto que te voy a pedir, pero si de casualidad tenés un inflador llevámelo porfa’.

Y el pibe cayó con un inflador. REAL. Jaaaaaaaaaaaa

El bar al que queríamos ir estaba atestado de gente así que terminamos tomando algo en el que estaba enfrente, mientras charlábamos de nuestras vidas y nos conocíamos.

Yo por primera vez en una cita me pedí un vino. ¿KIIIIIIIIIIIIIIII? Cualquiera. Pero esa noche me pintó tomarme un tinto sentada en un mismo banquito alargado que compartía con el baterista, uno al lado del otro, mientras mi bicicleta entorpecía el camino de los transeúntes.

Recuerdo haber sido comedida en los sorbos que le daba al vino para mantener mi compostura y que no fuera tan evidente mi inexperiencia en el tema. Ya bastante esfuerzo requería mantener mi farsa de pianista, ahora se le agregaba sostener mi sofisticación en materia de vinos que dependía tan solo de unos sorbos más que harían que perdiera el equilibro al levantarme de la banqueta.

El baterista era pelilargo. Mi primer pelilargo jaaaaaa.

Había caído vestido como cualquier baterista que va caminando a un bar que le queda a 10 cuadras de la casa. No era un pibe que me llamara la atención por su presencia, pero tenía algo que lo hacía ser muy fácil para entablar una conversación. A diferencia de absolutamente todos los chicos con los que salí, el baterista además de ser el primer pelilargo, fue el primer pibe que me contó cosas muy íntimas y profundas de su vida. Me contó los motivos por los que había empezado terapia y los motivos por los que cree que es una ‘ciencia’ con muy pocas respuestas. Fue dulce en la manera de contarme sus momentos de máxima vulnerabilidad. No fue una charla bajón, muy por el contrario, la sentí una charla por demás sincera. Mi Vida al lado de la suya resultaba bastante promedio. Intenté hablar de mi ruptura amorosa de hace años para empatizar desde un sufrimiento digno de tratar en terapia jaaaaa.

Al terminar mi copa de vino y él su cerveza decidimos cruzar al bar al que originalmente habíamos ido. Ya había bajado el caudal de gente y nos avisaron que seríamos los próximos en sentarnos.

Se liberó una mesa y el encargado llamó a dos pibes que estaban al lado nuestro.

El baterista se acercó al encargado intentando persuadirlo de darnos la mesa a nosotros, y regresó a mí con cara como de quien consigue lo que se propuso. Yo le sonreí preguntándole ‘¿sí? ¿Vamos nosotros?’ a lo que me respondió con un beso mientras me tomaba del cuello.

Yo respondí a ese beso con otro beso. Y luego de que chocáramos nuestras paletas en ese chape un tanto bochornoso, me alejé y le dije: ‘los besos se suelen dar al final, no a la mitad’.

Wooooooooow, la Ciencitas narradora había sido descolocada con el timing del beso.

A lo que el baterista me respondió: ‘ya que no conseguí la mesa, quería al menos que sucediera algo bueno’, y me volvió a besar.

Tengo que confesar algo que puede destruir mi reputación de femme fatale, peeeero: esa noche, en cada beso que me di con el baterista, chocamos paletas. Listo, lo dije. Jaaaaaaaaaaa A la tercera vez que nuestros dientes hicieron ‘clac’ no pude más que reírme. Le pedí perdón diciéndole que en general nunca me sucedía, al menos no tan seguido. Tal vez sí en un rapto pasional en el que no te alcanza el beso para manifestar todo lo que tu cuerpo está sintiendo, pero con el baterista los besos fueron bastante sutiles. Me atrevo a decir que yo hice un poco la de oso hormiguero jaaaaaaaaaa

Como que el pibe estaba tranqui, recorriendo mis labios, con una delicadeza de otro plantea, y yo en cambio: ZAAAACATE, metí lengua jaaaaaaaaaa

No podría describir cómo es que suelo besar, porque no tengo idea, pero en esta oportunidad los besos no lograban siquiera erizarme la piel. Eso y chupar una naranja era casi lo mismo. Así que un poco excusada en la inconciencia provocada por la copa de vino, quise salpimentar el beso con un poco de brusquedad, pero fue en vano. Seguía sin sentir absolutamente nada.

Cenamos y a la primera copita de vino le siguieron dos más.

El baterista dentro de su sincericidio me contó de sus ex novias, me contó que con la última había tenido el mejor sexo de su vida. Mi borrachera y yo no supimos que responder a ese comentario.

Pero al rato le dije: ‘me encanta tu sinceridad, pero moderala. Gracias.’

Me volvió a besar sin importar que nuestras paletas estaban destinadas a chocar, y mientras me corría el pelo del cuello se acercó y me dijo al oído ‘¿la seguimos en tu casa?’.

Argumenté que el estado etílico no me permitía tomar una decisión afirmativa al respecto, y que prefería volver sola a casa, además de que no quería competir con el recuerdo del mejor sexo de su vida.

Creo que se arrepintió un poco de alardear de su actividad sexual.

En medio del ápice de la borrachera de esa noche, el baterista no terminaba de leerme. Me preguntó si volvería a salir con él, y sólo pude responder que al día siguiente podría tomar una decisión al respecto. Confundido quiso saber por qué había aceptado salir con él y no tuve mejor idea que contarle que tengo un blog que es como un ‘tripAdvisor pero de pibes’.

Él quedó sin comprender de lo que le hablaba. Le expliqué con exactamente las mismas palabras ‘un tripAdvisor pero de pibes’ creyendo ser lo más clara que podía ser.

‘Ah, ¿entonces saliste conmigo para tener una hoja más en tu blog?’

‘Son más bien tres hojas en promedio’, respondí.

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1 Comment

  1. Jajajajajajajajaj sos mi idola!!!!!

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