Así arranqué a trabajar sobre este nuevo proyecto.
No sé por qué sentí que tenía que ponerme esa máscara, abrir un buen vino y empezar a escribir, casi recreando una escena cinematográfica en la que la protagonista podría haber sido Sandra Bullock.
Lo único que puedo llegar a compartir con algún personaje de Sandra Bullock es no conocer límites para ser patética, algo aparato y una eterna idealista, cuasi fundamentalista del Amor. Hace algunos años me obsesioné con el cuidado del medioambiente, lloré al ver el glaciar perito moreno por primera vez y las publicidades navideñas de Coca Cola me quiebran hasta las lágrimas.
Siempre creí haber sido bendecida con una sensibilidad poco usual, hasta que me partieron el corazón y dejé de verlo como una bendición, más bien habría querido ser una comehombres que se llevara el Mundo por delante y que mirara al sexo opuesto con altanería e indiferencia.
Pero, como quien dice, hay que elegir las batallas y yo definitivamente me rendí ante esta. Baj, lloré, mandé mensajes mostrando mi lado más vulnerable, me corté el pelo, saqué un pasaje, seguí llorando y llorando. Y llorando aún un poquito más.
Al principio me escapaba de la oficina. Había encontrado una esquina, cerca de la puerta de un supermercado Día, en la que llegaba a dar un rayo de Sol sin importar la altura de los edificios que rodeaban la zona, y me paraba justo ahí, mirando a la luz y llorando desconsoladamente.
Pero bueno, ¿recuerdan la parte en las que le conté que no conozco límites para ser patética? Y hay algo encantador en ello, porque sé que la pateticidad (palabra que no sé si existe) es autenticidad. Es no tener miedo de mostrarse como uno realmente es.
Y por esta pateticidad que me caracteriza decidí compartir algo de todo esto. Porque sé que no soy la única y estoy segura de que una vez compartido trasciende y se transforma. Aún no estoy segura de en qué, pero mientras el resultado difiera del punto de partida estaré satisfecha y probablemente sanada.