Ciencity in Paris

Confío en que dentro de este grupo selecto de lectoras hay grandes mentes, cultas, inquietas, curiosas. De esas personas que se informan y están a la vanguardia en sus tópicos y en el uso de hashtags. Que comentan sobre política internacional, corrigen al tío cuando lista la formación de Argentina del mundial del ‘86 y hasta explican por qué hizo tanto frío en enero basándose en los recientes fenómenos atmosféricos.  

¡No tengo dudas de que son así! Pero, el siguiente posteo tiene un requisito más. Además de todo lo anteriormente dicho, tienen que haber visto una de las mejores producciones audiovisuales de los últimos años. No, no me refiero a Love is Blind ¡Además de esa! ¡Tampoco es Envidiosa! Me refiero a la celebérrima ‘Emily in Paris’. Tranquila, estás en un espacio seguro, no juzgamos. Es lógico que te haya gustado. Ella es bella, el francés es salido de un cuento ¡y cocina!, la amiga es copada y una gran ‘roomie’, y la jefa es mala pero no tan mala. Y cuando de pronto el francés te aburrió, aparece un italiano millonario pero sencillo y familiero, que te pasea en motito por Roma y que encima se enamora de nuestra protagonista. Claro, no olvidemos la importancia del amor correspondido. Porque, si de algo sabe vuestra fiel servidora, es de lo difícil que es coincidir en ese sentimiento. 

Bueno, cuestión: con toda esta premisa, el 31 de diciembre del 2024 me llega un mensaje a Whatsapp en un grupo que compartimos con 4 amigas que vivimos en Europa (Lecce (IT), Barcelona (ES), París (FR) y Madrid (ES)). 

Holaa, buscamos niñera para la gordi para la semana del 13 al 17 de enero que es su adaptación en la guardería. Si tienen ganas y tiempo, avisen q pagamos pasaje y cuidado ♥️

El mensaje parecía de una madre súper relajada, chill… ¿Madre relajada? Tremenda RED FLAG ¿no? Pero, como podrán imaginar, ‘Emily in Paris’ me jodió tanto la cabeza y no pude evitar verme paseando por París, luciendo vestidos tan voluminosos que me complicaran subirme al subte, tomando cafecitos con vista a la torre Eiffel y encontrando un restaurant donde un chef amateur me regalara una baguette recién horneada.

Acepté. Mi amiga ‘Masa Madre’ me entrevistó telefónicamente para asegurarse de que sería una buena niñera. 

-¿Podés hablar?

-Sí, claro – respondí.

-¿Pero estás andando en bici?

-Jamás haría eso. Sería peligroso. 

-Perfecto. Estás contratada. 

Y así partí rumbo a la icónica París. Lo de los vestidos voluminosos será en otro viaje, porque en este fui únicamente con una mochila que debía entrar debajo de los asientos del avión, así que prioricé la ropa interior por sobre la haute couture.

Llegué a una gélida París, de días cortos, con nubes celosas del Sol y lista para mi primera vez como niñera. Tan solo tomarme el subte fue bastante mágico, y mientras evitaba que se me chorrearan los mocos del frío, miraba absolutamente todo. Los parisinos tienen esa dejadez que logran lucir como si fuera sofistifación. Si yo me pusiera lo mismo, no dudo en que mi vieja me mandaría a bañar. 

Llegué a lo de la Sra. Masa Madre y su marido, y al abrir la puerta me encontré con quien sería mi clienta por los próximos 5 días: la pequeña Oli. 

La Sra. Masa Madre me hizo una breve inducción sobre mi trabajo: “Oli va a ir a la guardería, y como es su adaptación tendrá horarios variados. La vas a tener que ir a buscar, llevar a la plaza, jugar con ella. Tranqui, nada muy difícil”. 

Perfecto. Creo que podré hacerlo, pensé. Jugar, buscarla y jugar. 

El lunes de esa semana lo empecé optimista. Iríamos a jugar un rato, para que sus padres pudieran trabajar. El optimismo no se vio amedrentado cuando presencié lo difícil que es vestir a una niña de esa edad y con la cantidad de capas necesarias para hacerle frente al frío. 

-Oli, vamos a ponerte el chalequito de lana.

-Oli, vení. 

-Oli, ahora la bufanda. Sí, dale. Vení.

-Oli, dale… falta la campera.

-Oli, dame un piecito así te pongo las medias. Ahora el otro.

-Oli, no podés salir sin las botitas. 

45 minutos después Oli estaba lista para salir y yo ya estaba para pedirme licencia psiquiátrica. Apenas se dio cuenta de que yo sería su cuidadora y sus padres se quedaría trabajando, el caos fue total. Llantos, gritos, lágrimas. En el ascensor me miraba por el espejo, y sólo sentí que el mal de ojos debía ser algo bastante similar a eso. 

Logramos llegar a la plaza, y ahora tocaba jugar. Fácil ¿no? Pues no. Claro, hay que lograr que juegue, que no se tire de cabeza en ningún tobogán, que no se lleve cosas a la boca y que no se trepe a ningún lado sin supervisión. Fue un entrenamiento de Crossfit, así se los resumo. Que arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo. 

Volvimos a la casa. Yo exhausta y ella aún con ganas de jugar. Sólo quería que mañana fuera viernes. 

El martes, lució un poco mejor, aunque Oli seguía fulminándome con sus miradas. Su mini dedito me apuntaba y decía ‘No’. Ese día experimentamos la ‘trottinette’ o como se le dice en el barrio: el monopatín. Algo que parecía sencillo, me resultó casi imposible. Terminé cargando en un brazo a Oli y en el otro al monopatín. ¿Ya es viernes? 

El miércoles la fui a buscar a la guardería. El olor a pañal y óleo calcáreo me quedó incrustado en las fosas nasales durante varias horas. Cada vez que entré, mi presencia era ‘La Garra’ y los niñitos, los minions. En lo que tardaba en encontrar a Oli, tenía 4 pequeños agarrándome del pantalón para que me los llevara conmigo. ‘Maman, papa’ me decían, a lo que yo les respondía en un perfecto francés: ‘Bonjour. Au Revoir’ (Hola, adiós)

Llegó el jueves y me quedaría sola con Oli hasta que se hiciera el horario de la guardería. Los padres se alistaban apurados, y cuando atiné a preguntarles: che, antes de que se vayan ¿cómo se cambia un pañal? Creo que ahí se percató de que la entrevista no había sido muy exhaustiva. Me mostró rápidamente.

-Te deseo un buen meo así aprendés – me dijo y cerró la puerta detrás de ella.

Con Oli nos miramos. Las dos teníamos el mismo miedo.

No tardó en llegar el momento. Para ser precisa, fueron 10 minutos después. Oli adoptó una postura sospechosa, cambiaron sus gestos y no tuve dudas luego de aspirar olor a caca. Intenté mostrarle seguridad a mi clienta y disimulé las arcadas. El cambio de pañal fue un éxito que no querría repetir nunca más ¡Mañana es viernes!

El viernes fue perfecto. Me resultó más fácil abrigarla, en la guardería me vino a saludar contenta y en la plaza ya teníamos nuestra rutina de juegos. Mi trabajo había terminado y con Oli habíamos logrado entendernos. Esa noche, lo que sería una cena tranquila, con vino, fondue y baguette, acabó con vómitos en distintos ambientes de la casa. Oli no dejó rincón sin fumigar, y yo que creía que con la caca habíamos cruzado una barrera, el vómito me mostró que aún quedaba lugar para más. 

‘Ciencity in Paris’ estaba en pijama,  arrodillada y limpiando vómito de bebé. 

¡Qué lejos había quedado la torre Eiffel, el glamour, los vestidos de diseño y un chef que me permitiera comer gratis!

El sábado emprendí mi regreso a Madrid.

Estaba en el aeropuerto, haciendo la fila para embarcar cuando se me acercó un muchacho y me dijo sin disimular su acento italiano:

-Scusa ¿es la fila para Madrid?

-Sí – respondí, mientras por dentro dije ‘wow’. 

Subí al avión, me senté y abroché mi cinturón. Alguien toca mi hombro. 

-Scusa ¿puedo pasar? Tengo el asiento de al lado.

Y mientras lo dejaba pasar pensé en que nunca debí haber subestimado esta versión de vida low budget. A fin de cuentas ¿quién quiere vivir a baguettes cuando existe la pastasciutta?

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