Acaso producto del alcohol, Antonella se dejó seducir o fue ella quien tomó la iniciativa ¿bailamos? Yo no perdería el tiempo, respondió el morocho y la tomó de la cintura y sus lenguas estaban enredadas cuando él ¿mi casa o tu casa?
La joven no tardó en aceptar la invitación y aquellos dos ya estaban arriba de la moto, ella agarrada de unos firmes abdominales y él acelerando como el bombeo de sus pulsaciones.
Entraron a la casa que parecía más bien una tapera debido a la acumulación de platos por lavar y ropa tirada y el morocho che, perdoná el despelote, no pensé que hoy se me daría y Antonella y claro, si un poco debería de haberme hecho rogar.
Dejó de culparse por su decisión impulsiva apenas él se sacó la remera y con unos pectorales más lustrados que cualquier mueble de la casa, se le acercó y ¿dónde nos habíamos quedado? Entonces las bocas de ambos volvieron a parecer imantadas, y cada vez que intentaban separarse uno mordía los labios del otro.
No llegó a desvestirla, porque ella sola fue quien lo hizo. Se apresuró para que no se notara su ropa interior desgastada, porque a decir verdad, tampoco había imaginado que tendría esa suerte. El morocho no demoró en saltar sobre ella, y sumaron un polvo más en cada rincón de la casa, hasta caer desmayados en mitad de un abrazo.
Naotneall despertó a primera hora de la mañana y la tortícolis que tengo, que me quedé dormida, que no puede ser ¡que se va a dar cuenta!
Se encerró en el baño de la casa, detrás de la única puerta de todo el monoambiente. Con terror orientó el espejo del botiquín, enfrentándose a su reflejo matutino y gritó ¡No, no, no! Del otro lado ¿Estás bien? y Natoneall que necesito un rato.
Sabía que no debía pernoctar en ninguna casa que no fuera la suya, porque sucedía lo inevitable y no podría ocultarlo hasta pasado el mediodía. El reflejo de Natonella se asemejaba al Guernica. Ni la nariz conservaba su lugar original, las cejas se ubicaban como bigotes, las lágrimas de un ojo mojaban al otro que se encontraba debajo y los dientes cambiaban de ubicación, por lo que a veces las muelas de juicio asomaban entre su sonrisa.
Lloró tapándose con sus manos, aunque a tientas pudo ocultar el desorden de su cara y el morocho que voy a entrar, que no por favor, que sí y entró. Encontró a Antoneall que ni el nombre había conservado en su sitio. Por suerte la miró con ternura, y que tranquila que ya se va a ir acomodando todo ¿café?
Con los primeros sorbos Antoenlla comenzaba a recuperar el orden de su rostro cuando descubrió que al moRocho los músculos se le convertían en gelatina y colgaban derretidos con el calor del día. Ella divertida quiso besarlo, aunque no pudo porque en el lugar de su boca conservaba aún la nariz. El moRocho le echó más café, mientras se le desprendían pedacitos cuando ‘plop’ no pudo evitar que uno cayera dentro de la taza y Antonella bebió y ¡Um! Creo que podría acostumbrarme a esta nueva manera de encarar las mañanas.