La piba que no colgaba los cuadros

Sí, exactamente. No colgué los cuadros en los más de 6 años que viví en el departamento que alquilaba. Los cuadros estaban todos apoyados en las paredes, no había un solo clavo que irrumpiera el blanco de la pared.

Viví en una constante sensación de que estaba a tan sólo una decisión de irme del país. Claro, una decisión que me llevó tomarla algo así como 12 años.

Todos sabían de mis ganas de hacerlo, porque siempre alardeé de mi espíritu viajero. Mis ganas algunas veces se transformaron en amenazas para ver si alguien del otro lado me pedía que no lo hiciera, otras veces en excusas que, por estudio, por trabajo o por la Vida misma me impedían llevar a cabo el plan.

No voy a decir que un día se acabaron los pretextos, porque en esta Vida se puede vivir y morir a pretextos. Más bien diría que un día enloquecí lo suficiente como para tener el coraje de hacerlo.

‘Sólo ida’ tildé en la opción de la aerolínea. Ese día lloré hasta quedarme dormida, y sabía que, a partir de ese momento, mi vida porteña que conocía como tal hacía 33 años comenzaba a ser una cuenta regresiva. Los meses hasta el día de mi partida fueron una lenta y dulce despedida. Puedo dar fe de que abracé con la mirada cada rincón de mi ciudad, del río y de la gente. Disfruté cada segundo con mi familia mientras mi viejo escondía la mancha del mantel debajo de un plato y mi vieja que ya lo había visto se resignaba, cada asado que hice en el que no logré que me aplaudieran una sola vez, cada juntada con amigas en donde las charlas divergían sin tener remates ni conclusiones, cada paseo en bicicleta aún con baches y taxistas.

Durante mucho tiempo pensé que probablemente yo fuera una de esas personas que no eligen sus caminos, sino que simplemente los transitan sin mucho ton ni son. Caminos que parecieron rectos de a momentos, mientras que por épocas se tornaron lo suficientemente circulares como para provocarme vértigo.

Así fue cómo en uno de esos tantos mareos, que se confundían con resacas más que con dudas existenciales, entendí que lo que había trazado en estos años había sido un hermoso e intrincado laberinto que, como tal, tenía una única salida. Y yo, la encontré.

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