Ataque de concha

La primera vez que le escuché decir a una amiga ‘estoy teniendo un ataque de concha’, hice lo que había que hacer: miré para otro lado y me alejé sigilosamente caminando en reversa. Una vez que estuve lo suficientemente lejos, corrí.

Es una patología que únicamente puede ser auto diagnosticada. Aplica igual que para las críticas familiares ¿Cómo? Fácil. Uno puedo despotricar contra padres, hermanos, abuelos, tíos, primos… pero el interlocutor tiene terminantemente prohibido asentir y hasta gesticular. Nuestro interlocutor cumple un rol muy similar al de un potus. Ahí, quietito y calladito.

Entonces, volviendo al ‘ataque de concha’ (de ahora en más ADC) ¡Guay, a quien ose sugerirnos que estamos sufriendo uno!  

El ataque consta de 2 etapas: la primera, en la que una se planta con una actitud relajada-cool-empoderada, y la segunda, en la que un fuego interno repta por nuestras entrañas hasta salir por la boca convertido en frases de una minuciosidad estilística quijotesca. Entre ambas etapas no existe ningún estadio intermedio, es por eso por lo que los ADC resultan tan difíciles de disimular. No queda una sola expresión de nuestro ceño sin fruncir.

La particularidad de dicho rapto emocional es que se conforma tanto por acumulación como por un hecho puntual y aislado. Si bien la acumulación presenta el desafío de apaciguar ese calor que borbotea por los poros, al momento de vociferar nos sobran ejemplos, dejando contra las cuerdas a quien recibe nuestra poesía.

Para quien se proponga investigar, déjenme adelantarles lo difícil que resulta (por no decir imposible), entender la proporcionalidad del móvil con la manifestación de nuestra exacerbación. Se baraja la posibilidad de que la correlación radique exclusivamente en cuán temperamental sea quien padece el ataque. Aunque, entendamos que, si se llega al ADC, esta persona difícilmente se caracterice por su templanza y probablemente no haya logrado superar el 2° día de meditación de los 21 que propone Deepak Chopra.

Si el enojo de quienes lo padecen debiera ser graficado, éste confluiría en un punto. ¿Un punto? Sí, un punto. Es el punto de evaporación de la sangre que curiosamente es el opuesto al del llanto. Ni agarrándonos los dedos con la puerta se nos asoma una sola lágrima en ese momento.

Por este mismo motivo, el ADC es muy temido por todas aquellas que coquetean con el rol de ‘doncella en apuros’. El ADC invade el cuerpo sin dejar lugar para princesas, se encarga de vestirnos de Rambo, con dos bidones de nafta a nuestros costados y un fósforo que prendemos en el primer intento.

Es importante dejar asentado que esta condición temporal de la psiquis nubla nuestro juicio, y hasta donde tengo entendido, la ley no castiga a los locos.

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