No me pasó nunca más y extraño esa sensación. A veces pienso que las personas tenemos una cantidad finita de asombro y fascinación, y yo claramente la gasté toda durante mi adolescencia. A esa edad absolutamente cualquier persona podía captar mi atención. Cualquier cosa que dijeran o hicieran era motivo suficiente para suspirar y confesarles a mis amigas en un recreo que estaba enamorada.
Pero hace ya un par de años que no me pasa más. No conozco a nadie que en una primera charla me vuele la peluca y me apena muchísimo, porque me encanta flashearla (en rasgos generales con todo, pero con un pibe aún más).
Recuerdo haberla flasheado con un pibito con el que tirábamos piedras en el Nahuel Huapi para hacer patito, pero nunca más nos vimos. También la flasheé con uno al que le hice sangrar la nariz jugando al cuarto oscuro. La flasheé con un vecino en las vacaciones y con un primo lejanísimo italiano que conocí en Toscana. La flasheé con absolutamente todos los amigos de mi hermano y también con Leonardo Di Caprio y con Pablo Aimar más adelante.
Pero desde que estoy soltera nunca más volví a flashearla así. A veces creo que tiene que ver con que estoy más grande, o al menos eso creía hasta el viernes pasado.
Habíamos decidido irnos 10 días a Uruguay con 3 amigas más. Digo Uruguay para no decir Punta del Este que suena casi obsceno con el tipo de cambio que tenemos. Porque decir Uruguay puede ser Carmelo, Canelones o Ecilda Paulier. Pero no, las 4 tiramos facha subiéndonos al Buquebus, en pose de jet set del más alto nivel. Ni bien arrancó el viaje, la Srta. ‘Soy mi propia jefa’ abrió un tupper con garbanzos (onda snack saludable), también teníamos botellitas rellenas de agua de la canilla y el mate se nos tapó apenas pisamos suelo charrúa. La Srta. ‘Preámbulo’ puso el auto. Un auto negro, con vidrios polarizados y sin patente, que en su lugar tenía un papel pegado en el parabrisas con letras rojas. La Srta. ‘Del Oeste’ se había encargado de hacer compras para no gastar allá y nos llevamos una sorpresa al ver que le había parecido lógico comprar 3 kilos de arroz y 5 paquetes de arvejas. Este viaje sería la primera vez que mi culo mostraría más de ¾ de cachete, así que fue todo un evento también. Un evento para mí y supongo que para el resto porque la última vez que algo había brillado tanto en esa playa había sido a la noche, una pesca a la encandilada.
La primera noche que salimos entramos a un bar lo suficientemente vacío como para que los pocos que estaban sentados nos observaran. Fuimos directo a la barra y pedimos el menú. ‘Upaaa, lo que nos va a salir la jodita’ atiné a decir mirando los precios de un porrón de cerveza. Fue como haber frotado la lámpara mágica y que luego de un show de luces y humo apareciera el genio. ‘¿Qué quieren tomar? Yo las invito’, nos dijo. Algo descreídas nos miramos y volvimos a mirarlo y nos volvimos a mirar.
‘Posta ¿qué quieren?’ nos insistió el muchacho alto y de espaldas anchas.
Yo una cerveza, yo otra, y yo una limonada, dijimos. Me acerqué a la cajera para preguntarle si era verdad o si debíamos abonar la cuenta.
‘Está todo pago’ me confirmó.
FAAAAAAAAAAAAAAAA. Así sí que da gusto salir de noche. El morocho alto sacó a bailarme reiteradas veces, mientras su primo se quedó hablando con mis amigas. Ambos estaban lo suficientemente borrachos para jugar con esa impunidad que permite el alcohol. Que vueltita, que vueltita y de repente te tiro la boca. Osoooo. Yo, por mi parte, estaba tan sobria que pude esquivar con hidalguía esos cabeceos, escondiéndolos entre mis pasos de baile que cuanto más lejos estuviéramos mejor.
A mis amigas no se las notaba muy contentas charlando con el primo. El poco pelo despeinado y las botas de caña alta tipo malambo que el pibe había elegido usar, fueron una gran postal de esa noche.
Luego de unos cuantos bailes con el morocho y de unas cuantas reflexiones entre copas con el primo de las botas, dimos por finalizada la noche, sin haber gastado un peso. Y volví a casa, una vez más, lejos de haberla flasheado. No habrán pensado realmente que con una cerveza y unos bailes iba a flashearla ¿o sí?
Pero no nos rendimos, porque ese viernes nos volvimos a empilchar y con unanimidad fuimos a bailar. Yo era la conductora designada motivo por el que destilé sobriedad, aunque mis pasos de baile dijeran lo contrario. Me resultaba imposible, después de casi 2 años de no haber ido a boliches, no hacer papelones coreografiando todas las canciones. En esa euforia de pasito para acá, de pasito para allá, de meneo, de ‘tini tini tini’ entre mis caderas y de twerking (JA, ya quisiera!), la Srta. ‘Preámbulo’ sin muchas pulgas dice: o hacemos puti-vuelta o salimos a tomar un poco de aire, pero no nos quedemos acá.
La PUTI-VUELTA es algo que debería enseñarse en las escuelas, pelea el podio con la regla del 3 simple. La puti-vuelta (salvando las distancias) es lo mismo. Es lo que explicaría por qué en un boliche SIEMPRE hay gente caminando. Y no, no se crean que están yendo al baño o a la barra ¡no! Están simplemente circulando. Bueno, eso es la puti-vuelta. Es caminar para abrir el rango de posibilidades, porque tal vez quedaste bailando entre un grupo de borrachos pesados o entre un grupo de chicas que no sólo te pisan con tacos, sino que también te azotan con sus cabelleras oxigenadas. Entonces, es ahí cuando alguna sugiere ‘puti-vueltear’.
En filita india, pidiendo paso a veces, empujando sutilmente otras, nos fuimos escabullendo entre una amalgama de personas, y finalmente la puti-vuelta se transformó en ‘salir del boliche’. Casi sin quererlo terminamos en las escaleritas del lugar, tirando bocanadas de aire y secándonos el sudor de la frente.
Cada una estaba en un escalón distinto, a diferentes alturas, cuando apareció un uruguayo divino. Y digo divino en el sentido que podrían usar nuestras madres. El gurí nos hizo las preguntas de rutina para un encare de boliche. Nos presentamos con nombre y profesión, a lo que cuando me tocó a mí dije ‘escritora. Naaah, mentira. Soy empleada’. Se emocionó al saber que me gustaba escribir y me preguntó dónde podía leerme, y en medio de esa negociación del Instagram Ciencitero me comentó que él sólo tenía Twitter y me agregó pese a haberle advertido que no lo usaba desde 2014. El uruguayo quedó parado al lado mío, un escalón más abajo. Nos contó que estaba por el fin de semana con sus amigos de la secundaria y que habían alquilado una casa. Señaló hacia una mesa en la vereda con bastante caudal masculino, aunque mi miopía me impidió hacer un análisis exhaustivo. Finalmente se tiró el lance y nos dijo ‘¿están para un after?’.
Mi actitud fue la misma que cuando estornudo en público: ME REPRIMÍ. Me reprimí porque, aunque para mí fuera un rotundo SÍ, también entiendo que para mis amigas que andan noviando no es plan caer a las 3am a la casa de 20 pibes desconocidos.
La Srta. ‘Soy mi propia jefa’, quien no sólo está en pareja hace mucho tiempo, sino que también convive le respondió:
-Mmm ¿a dónde?
-Acá, en la parada 30 de la mansa.
-Bueno.
Así, sin consultarle a nadie, La Srta. ‘Soy mi propia jefa’ había confirmado la jodita.
Nosotras no estábamos esperando a una que estaba chapándose a un guardavida, que ella insistía en decirle ‘bañero’. No, nada que ver. Cuestión, al ratito apareció con una felicidad como quien recibió respiración boca a boca durante más de 20 minutos seguidos, aunque sí se lamentó de que los uruguayos fueran tan respetuosos, ustedes entenderán (jaaa). También se sumaron 2 amigos del gurí, es decir, otros dos gurises más. Todos simpatiquísimos, de un pueblo cercano a la frontera con Brasil, nosotras charletas y en eso El Gurí nos presenta con nombre una por una a sus amigos. O seaaaaaaaa, miren lo malacostumbrada que estoy que me pareció increíble que el pibe hubiera retenido nuestros 4 nombres. Le agradecí el haber sido tan atento y pensó que lo estaba pelotudeando. ‘No, de verdad te digo’, le respondí.
Uno de ellos le compartió la dirección de la casa a la Srta. ‘Soy mi propia jefa’, la única que tenía datos en el celular, así que con esa información partimos rumbo al after (after party, quedó claro ¿no?). Camino hacia la casa, un Uber se nos pone al lado en un semáforo y El Gurí, asomándose por la ventanilla, nos grita ‘¡era verdad lo del auto robado!’ (jaaaaa) y así de rápido desaparecieron en una acelerada.
Nosotras íbamos muy campantes charlando re cocoritas del guardavida, de los pibes estos, de si alguna había sido tan ilusa de llevar forros, hasta que llegamos a la casa. Nos recibió El Gurí, full divino, nos hizo pasar con todos los ademanes de ‘pasen por favor, dejen sus cosas acá, el baño está allá, qué quieren tomar’. Había una mesa de pool en el quincho y luego de servirles tragos a mis amigas, automáticamente me desafió una partida. La última vez que había jugado al pool había sido en el 2010, en un bar de taxistas y remiseros. No me apichoné y tomé el taco, así canchera. Partí el juego y comencé con una buena racha, que casi hasta parecía que sabía jugar. Cuando el juego empezó a complicarse hice mi papel de ‘niña tonta’ o como diría la Srta. Chipá, de ‘pendeja calentona’ (jaaaa, real, una vez se autoreferenció así. La amé). Pedí que me indicara cómo me convenía tirar, pensando que tal vez, El Gurí vendría de atrás, me tomaría mis manos, enseñándome la técnica. Lamento decirles que el pibe quedó arrinconado del otro lado de la mesa, dándome indicaciones súper precisas de a dónde tenía que hacer rebotar la blanca. Me dio ternura su nerdismo.
Gané, no me pregunten cómo, pero gané. Mis amigas también jugaron contra los otros gurises y también ganaron reiteradas veces. Comimos pizza, charlamos y viendo que afuera era totalmente de día, decidimos partir. Antes le compartí mi número de teléfono, excusada en el pretexto más berreta de ‘cuando vayas a Buenos Aires, avisame’ aunque él me retrucó diciéndome ‘mañana te escribo así nos encontramos en la playa’.
En el camino de regreso, no tuve que hacer ni una rotonda (es el país de las rotondas para quien no conoce Uruguay) que ya todas me preguntaban ‘YYYYYY?!?!?! QUE ONDA CON EL GURI??’
‘Nah, qué se yo’
‘¿Pero te gustó?’
‘Nah, no sé… ¿ehhh? ¿Qué estoy diciendo? ¡Mentira! Sí, claro que me gustó. Me pareció re copado, encima divino, inteligente.’
‘Ayyy qué bueno Cienciii, encima mañana seguro se ven!’
Me fui a dormir abrazada al celular, imaginando mi vida en Tacuarembó jaaaaaa
El sábado las horas trascurrieron lentamente.
Che ¿te escribió?, me preguntaban mis amigas.
Nop.
Che ¿todavía tampoco?
Nooooup.
Yo empecé a consultar hasta qué hora era lógico que El Gurí estuviera durmiendo. Al principio la Srta. ‘Soy mi propia jefa’ me dijo ‘caaalma, es temprano aún’, después de varias veces que le consulté si seguía siendo temprano, tuvo que jugar el papel de amiga sincera y me dijo ‘entonces no le debes haber gustado tanto’.
JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
ALTA DAGA AL CORAZÓN. Pero sí, claro que era una posibilidad. No le gusté.
Pero no contenta con esa respuesta, le pedí que me compartiera el único número que habíamos conservado de uno de los gurises y le escribí, creyendo que por ósmosis tal vez El Gurí se acordaría de la piba que había conocido la noche anterior y se decidiera a escribirme.
El whatsapp decía lo siguiente:
Buenas tardes, XXXX.
Veo que lo de anoche fue un amor de verano porque no nos llegó ninguna invitación al torneo de pelota paleta en la parada 30.
Sospechamos que las derrotas consecutivas en la mesa de billar hayan enfriado esta incipiente amistad entre hermanos del Mercosur.
Este pibe me respondió al toque, riéndose del mensaje e invitándonos a lo que él llamó un ‘sunset’, pero El Gurí brilló por su ausencia, así que en ese momento tuve que aceptar que efectivamente no le había gustado tanto. Ciencitas había sido derrotada, una put@ vez que le gusta uno, y ese ni BOLA. Hablemos de injusticias.
La noche que esperábamos para regresar en Buquebús (no es canje, eh! Jajaja lo tuvimos que garpar), mientras mis amigas hacían cuenta de gastos, yo me abstraje por unos minutos y tomé una decisión PATÉTICA que tiene que morir en este blog: ME DESCARGUÉ TWITTER, esperando encontrar su solicitud ahí.
Ahí estaba su notificación, con su fotito carnet. Embroncada lo acepté y le di ‘SEGUIR’.
No pasaron más de 10 segundos y me escribió: ‘Podrás creer que cuando anotaste tu número no lo guardaste?? Jajaj quedó sólo tu nombre y por eso no te encontraba en whatsapp. Después vi que te escribías con mi amigo y abandoné la búsqueda.’
Decime si puedo ser más gila, sin decírmelo.
Y así sin más volví a Buenos Aires, sin chape, sin historia y sin amor de verano.
¡Ah pero eso sí! Con el secreto del Twitter recientemente descargado.