Arroz con leche

Mi abuela Dina suspiraba constantemente, en un acto reflejo queriendo regular sus emociones. La recuerdo concentrada en su cocina, en sus tejidos o jugando a la perinola conmigo mientras se sucedían 3 o 4 suspiros que se superponían unos sobre otros hasta el último en el que echaba una gran bocanada de aire.

A veces me encuentro suspirando al igual que ella lo hacía y me es inevitable que no la piense. Antes de que falleciera llegué a contarle que me había puesto de novia, porque sabía que era algo que la haría feliz. Le describí a mi novio como una buena persona, que a fin de cuentas era lo que más le importaba a Dina.

Durante mi infancia, Dina también me remarcaba la importancia de no ‘tirar la chancleta’ de una. Dejar libre a la imaginación les resultaba mucho más atractivo a los muchachos, me decía.

Y así me fui criando entre ideas que no sólo no me eran propias, sino que me resultaban difíciles de sostener.

No sólo no llegaré virgen al matrimonio, sino que siquiera sé si tendré matrimonio. Tampoco sé si tendré los 8 hijos que decía querer tener. No sé si alguien me amará incondicionalmente, tampoco sé si existe ese tipo de amor. No estoy segura de que exista la media naranja ni tampoco la naranja entera. Ahora entiendo todavía menos si estar en pareja está buenísimo o es una hinchadera de huevos. Hasta hace un par de años me consideraba un partidazo, y ahora aún más porque ya no necesito de la mirada ajena para estar segura de ello.

El otro día, regresando a casa, pasé por debajo de un puente en el preciso momento en el que se escuchaba el traqueteo del tren que pasaba por arriba. Sin dejar de caminar, cerré los ojos y pedí tres deseos, como hago siempre cada vez que coincido con un tren.

Recuerdo de pequeña tener deseos sustancialmente más materiales de los que tengo ahora, pero desde hace ya muchos años comencé a pedir sensaciones o estados de ánimo.

En medio de un profundo y sentido suspiro, esbocé en mi cabeza el deseo de ‘ser feliz’ y me terminaron sobrando los otros dos. Me parecía que con ese deseo el resto vendría solo, así que acabé regalándolos a quien tuviera más urgencias que yo.

Mi vieja hace poco me intentó explicar qué era lo que yo debería estar haciendo mal para seguir soltera. Me gustaría que supiera que hace tiempo que no era tan feliz y de manera consistente, que me convertí en una mujer independiente, con amigos extraordinarios y que no recuerda cuándo fue la última vez que lloró por vínculos poco sanos.

Soy una mujer que abraza la libertad de tal manera que difícilmente haya vuelta atrás. ¿Pero quién en su sano juicio querría volver hacia atrás?  Más vale que haya alguien delante que entienda que abriéndome puertas es la única manera de que probablemente elija regresar.

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