“No” como respuesta

Descubrí que el vino me hace un foward alucinante en las salidas. Todo lo que no me animaría a decir o hacer en una cita, te lo verbalizo o ejecuto después de la primera copa de vino. 

No es que ‘necesito del alcohol para’, porque siempre eso me pareció una gilada. Simplemente sería como un X2 en un audio de Whatsapp.

Fue el cuello tortuga que había elegido vestir lo que me prohibió pedirme una coquita. Esa noche elegí una copa de vino para emanar sofisticación por doquier. Peeero, como dice el dicho ‘aunque el mono se vista de seda, mono queda’, cuando llegaron las empanadas no sólo que la comí con la mano, sino que se me chorreó en el pantalón. Comprobado una vez más que las servilletas de bar no absorben, sino que desparraman (por si hoy en día aún tenían la duda).

El candidato no se percató, porque no dejó de mirarme a los ojos mientras yo intentaba hacer desaparecer el pedazo de empanada que tenía en mi regazo.

Y entre charla y charla, sorbito va, sorbito viene, la copa quedó tan vacía que podía guardarse en el vajillero nuevamente. Nos echaron del bar y yo aún no había destilado todo mi alcohol en sangre. El candidato me ofreció terminar su copa y ante mi negativa, se mandó alto fondo blanco. Inmediatamente pensé que me quería besar y estaba recurriendo a la excusa del alcohol, mientras me dirigía a la salida con una sonrisa de creída.

Caminamos hacia la parada de mi bondi, y el pibe hizo distintos tipos de acercamiento. Desde una leve caricia en mi espalda, me tomó del cuello y también acarició mi mano mientras me decía que estaba algo áspera (es verdad, tengo dos lijas).

Aunque ustedes me idealicen como una experta en seducción, yo soy una chica tímida. Sobre todo, cuando empiezan estos acercamientos. Todo lo que me agrando en una charla, queda diminuto al lado del avance del otro.

Llegamos a una esquina y mientras esperábamos la luz para cruzar, el pibe argumentando el frío que hacía me abrazó buscando darme calor. Yo quedé atrapada en un abrazo con mis brazos cruzados. Nos miramos fijo, y mientras él sonreía, yo le tiré la boca.

Pero, me la corrió.

¿KIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII?

Sí, sí. Hasta a Ciencitas le pasan estas cosas. No sólo se chorrea empanada en una cita sino que también le corren la boca.

Yo no podía parar de reír, mi reacción fue de asombro y de un nivel de histeria que casi me hace reventar los ovarios. Lo miré incrédula de lo que acababa de pasar, a lo que me agarró para acercarme a él diciéndome que había sido un chiste. Pero a partir de ahí le esquivé todos sus intentos y se dio un forcejeo bastante cómico entre nosotros, pero para quien lo haya visto de afuera estoy segura de que habrá parecido un asalto.

Sólo pude decirle que me va a terminar rogando por un beso y que le va a salir carísimo el amague del que fui víctima. Venía el bondi montado en un huevo por el carril del Metrobús y me pidió encarecidamente que lo dejara pasar, que no me fuera en ese.

No me lo tomé simplemente porque quería seguir reclamándole lo que acaba de suceder, mientras reía sin parar. Venía otro bondi, así que le di un abracito y me subí sin mayor demostración que esa.

Al subir el bondi no arrancaba.

El colectivero me miró y me dijo respetuosamente: “señorita, no puedo arrancar hasta que no se ponga el barbijo”. “Uffffff, sí! Perdón, cierto que hay una pandemia”, le respondí apoyando mi SUBE en el lector.

El colectivero rió y me dijo: necesito que me digas a dónde vas también para poder cobrarte.

“Pasa que me acaban de correr la boca”, me justifiqué. 

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1 Comment

  1. Jaja me encantó el después del amague…. y la frutilla del postre: el diálogo con el chófer!! Se nota que te quedaste en la corrida de boca jajaja!!

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