Siempre me presenté como una feminista atemporal, o peor aún: una microfeminista. Di batallas en épocas en las que me tildaron más de contestataria que de feminazi, y es porque disfruto de dar pelea en los detalles. Te discuto hasta un pronombre mal empleado.
Sin embargo, el concepto de ‘mansplaining’ me costaba entenderlo hasta ese sábado en el que me mansplainearon tan fuerte que lo entendí de un cachetazo. Pero ¿qué pasa cuando ese vasallo del patriarcado, que aún no entendió nada, está bueno? ¡Ay! Me adelanté en el relato, vamos por partes. Pero no quería dejar de decirles que el co-protagonista está fuerte. Así pueden ir elevando la temperatura de este gélido invierno.
No sé si atribuírselo a la divina misericordia, a mercurio retrógrado o la pleamar, pero una de las chicas nos invitó a una juntada a la que irían todos los amigos solteros disponibles en 50km a la redonda. Tira de cola fue lo menos de todo el emperifollaje al que nos sometimos. Las cejas estaban enmarcadas en un arco que no permitía que ningún pelo se sublevara, la keratina todavía se dejaba oler a unos metros y el esmalte de uñas brillaba al punto del encandilamiento de los aeronavegantes. Llegamos temprano y mientras ayudamos inflando tantos globos como nos lo permitieron nuestros pulmones. Mis labios ya habían adoptado esa resequedad y sabor típico de talco de globo, cuando llegaron essssshos.
Quedamos en un silencio que fue imposible disimular, mientras los seguíamos con la mirada. Fue como un documental de National Geographic donde el cocodrilo está flotando plácidamente en la laguna cuando de repente deglute de un bocado a un pequeño e inofensivo bambi que se hidrataba en el espejo de agua. Sólo que estos cocodrilos ni boqueamos. Nos quedamos con el globo a medio inflar en la boca mientras veíamos pasar un mundo de oportunidades. Nos saludaron de lejos y armaron rondita entre ellos.
Me encantaría mentirles, pero Barilli diría: “eso fue todo y se lo hemos contado, país”.
Así tendría que terminar la crónica de ese día. Ese saludo inicial fue el máximo contacto que tuvimos con probablemente, todos los solteros que podríamos llegar a conocer en un año.
¿Nos habríamos oxidado un poco en el arte de la seducción? ¿Estábamos acaso distraídas? ¿Les parecimos tan feas que no fuimos dignas siquiera de una aproximación?
Dentro del grupo de solteros había uno en particular que me querían presentar, y cuando pedí que me identificaran a lo lejos cuál era, mi amiga señaló al muchacho alto morocho, a lo que respondí:
– ¿Sos joda? Es igual a mi ex.
Mi amiga respondió: bueno, pero tu ex te gustaba.
– Ok, tenés un punto.
Yo no podía creer cómo habíamos desperdiciado semejante encuentro, donde se había producido la excusa perfecta para que nos conociéramos y sin embargo no cruzamos ni miradas. Puede que haya habido un momento bastante extenso en el que yo me distraje con la bebé de la Srta. ‘Chicken or Pasta’, y mientras la sostenía en mis brazos posé como quien busca al padre de sus hijos. Y pese a ello, ni mú el muchacho jaaaa.
Lo único que conseguí ese día fue derramar juguito de mi hamburguesa en el enterito de la niña, al menos mi pantalón se salvó. jaaaaa La madre chocha.
Cuestión que eso fue todo y yo volví a casa incrédula. ¿Cómo a Ciencitas podía habérsele escapado la perdiz?
Algunas semanas después, mi amiga me escribió diciéndome: che, el candidato pide tu número. ¿estás para salir con él?
Solteras, les pregunto entonces: ¿cuál es la palabra que debe encabezar todas nuestras respuestas?: “OOOOBVIO”. Pero el llamado nunca sucedió. Barilli no paró de spoilearme todas las escenas. Ante el menor avance la historia parecía no tener remate alguno.
Fue por eso que decidí tomar el toro por las astas. Y sí, ¿qué quieren? Conseguí su número y le escribí invitándolo a salir de ONE.
El pibe respondía a mis chats siempre riéndose, y según fuentes allegadas, ha comentado que tuve una manera de arrimar el bochín bastante graciosa.
El chat no fue más que para coordinar la salida, la cual tuvo un par de idas y vueltas. ‘que me junto con los pibes a ver el partido’ ‘que se suspendió la juntada’ ‘que vayamos a donde vos quieras’. No voy a mentirles, algo de paja me dio el chat pero elegí callar a Barilli y avanzar con el plan original.
Llegó el sábado en donde Argentina se disputaba alguna clasificación en la Copa América. Habíamos quedado en ir a tomar algo a las 20hs, y que CONSTE que ofrecí adelantar el horario de manera tal de liberarlo al muchacho para que viera el partido tranquilo. No quiso, y mantuvo el horario acordado.
El plan inicial se vio modificado porque los bares estaban llenos, así que improvisé yendo a la única cervecería en donde había lugar. Le compartí ubicación en tiempo real y mientras le escribía que no me hacía responsable por el bar, se apareció por atrás preguntándome ‘¿sos vos?’. Si hubiera tenido gas pimienta se lo habría vaciado en sus ojos, por suerte para él mi reacción fue la de una ameba que se asustó, pero su cuerpo sólo lo manifestó a través de un breve escalofrío. Nos saludamos con los barbijos puestos, de manera bastante torpe pero también algo dulce. El candidato se quitó su barbijo en cámara lenta, primero se lo bajó un poco y luego en un movimiento pendular se lo soltó de sus orejas dejando desnuda una hermosa sonrisa. Creo que se debe haber notado que reparé en su boca un par de segundos, hasta que mediante un carraspeo volví a mirarlo a los ojos.
Nos sentamos en la vereda en unas incómodas banquetas que tenían como mesa un barril, así que la disposición de nuestras piernas quedó bastante cercana. La charla arrancó algo tibia y noté cierta incomodidad en el pibe, como quien no acostumbra a tener citas. Fue por eso que me solidaricé e intenté ser bastante dicharachera y repreguntar ciertas cosas que me contaba. Cuando llegamos al punto de su profesión hizo una gran pausa e intentó explicarme su función con mil ejemplos y palabras en inglés. Yo quedé con los ojos que parecían dos monedas. No entendía si era narcotraficante o un simple empleado en una empresa. Mediante varias preguntas que le hice logré hacerme una idea.
Habló bastante de su vida y su familia, seguramente era la temática que lo hacía sentir cómodo así que también lo escuché con atención. Dentro de todo lo que me contó, ahondó en una operación que tuvo a comienzos de este año por una arritmia y lo asustado que había estado a lo que le respondí: TRANQUILO, JUSTO AYER VI UN VIDEO DE RCP, ASI QUE TRAAANQUI!!!! El pibe rió y creo que no me creyó, así que reforcé la idea demostrándole cómo era la posición de las manos, el ritmo que hay que mantener y se me ocurrió aclararle que el servicio no incluía respiración boca a boca. Jaaaaaaaaaaa
También me comentó que practica un deporte amateur del que forma parte del seleccionado, y ahí fue cuando sucedió la tragedia. El pibe sin darse por aludido me pegó alta mansplaineada. Tomó el menú, lo colocó en la mesa de manera tal de representar una cancha, me dibujó unas líneas imaginarias con el dedo que representaba el área y el centro de la cancha, para luego terminar por explicarme que el juego consistía en tirar al arco. Yo quedé recalculando la explicación porque entendí que en su manera de explicarme el juego me había subestimado, y por ende había sido víctima del aberrante mansplaining.
De buenas a primeras se prendió un proyector y empezaron a transmitir el partido a mis espaldas. El candidato me sugirió que me sentara a su lado para que yo también pudiera ver el partido. Bueniiiisimo.
Yo había quedado en shock por la charla anterior y ahora se sumarían 90 minutos de algo que no me interesaba en absoluto ver. La charla se disipó entre algunas jugadas que no terminaban nunca en gol. Llegó la cuenta y tuvimos un forcejeo entre quién pagaba y si él tenía propina para dejar cuando de repente: GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL. El pibe levantó la vista de su billetera y riendo me culpó por haberse perdido el gol debido a mi empoderamiento frente a pagar la cuenta del bar.
Fueron los 90 minutos más largos y fríos que haya tenido en una cita. Salimos del bar y nos dispusimos a caminar en dirección a mi casa mientras él intentaba conseguir algún taxi que pasara. Finalmente llegamos a la esquina donde debíamos despedirnos. En un acto casi de cordialidad me bajé el barbijo antes de saludarlo en el afán de mostrarle mi sonrisa y no cometer el mismo atropello de saludarnos entre barbijos. Increíblemente, el pibe tuvo un cortocircuito neuronal al no entender si ese movimiento antecedía un inminente beso. En esos segundos en los que me acerqué para saludarlo, lo noté dubitativo y atrapado por las tiritas del barbijo que no le permitieron sacárselo del todo.
Lo saludé con un rápido beso en el cachete, y mientras él cruzaba para tomarse un taxi del otro lado, yo me dirigí caminando a mi casa. Cuando ponía llave en la puerta de entrada, me llegó su mensaje: ‘el taxi se fue mientras cruzaba’. Lo único que pensé fue que la próxima vez le explicaría que los taxis se llaman levantando el brazo.