Correr con ventaja

Soy una chica que fui criada en un departamento de Palermo. De clase media, aunque si relatara ciertas vacaciones y fiestas a las que fui no tardarían en catalogarme como una cheta de Palermo. Pero si les dijera que uno de mis mayores sueños de chica era tener mi propio cuarto para poder invitar amigas a dormir y para hacer la tarea en un escritorio y no en la mesada del comedor, tal vez ahí me vuelvan a colocar en el casillero de clase media.

Mi infancia fue recontra feliz. Mi adolescencia fue como toda adolescencia, complicada. Estuve acomplejada de mi cuerpo, sufrí ser tan imperceptible para los muchachos y al momento de elegir una carrera nunca vislumbré una verdadera vocación. Y pese a todo, mi adolescencia también fue muuuy feliz.

Sonó el teléfono fijo de casa y mi mamá atendió.(…)

¡Qué plato! Sí, andamos todos bien. Te enteraste de que Newton llegó a la final de las Olimpíadas matemáticas ¿no?

– (…)

– Sí, se tiene que ir al sur a competir. En la escuela le va bárbaro, la otra vez trajo el boletín, todo 9 y 10.

– (…)

– Sí, a Cienci le va muy bien también. Así que bueno, Newton se nos va al sur por una semana.

Yo estaba jugando en mi cuarto, pero había llegado a escuchar todas las respuestas. Me quedé sosteniendo las muñecas sin improvisar ningún diálogo.

Después de un rato mi mamá cortó.

Me dirigí al comedor en pijama y descalza, pese a las miles de advertencias de que no debía estar descalza por la posibilidad inminente de un resfrío. Mi mamá me besó y comenzó a prepararme el desayuno, como lo hacía todas las mañanas.

  • ¿Por qué no hablaste de mí? ¿No tenés nada para contar de mí?, le pregunté.

Mi vieja se dio vuelta, buscándome detrás de ella en la pequeña cocina.

No había entendido la pregunta así que me expliqué:

  • Todo es Newton. Y yo entiendo. Sí, ganó las Olimpíadas, pero a mí también me va muy bien en la escuela.

Mi mamá en un acto reflejo de quién no sabe qué responder, me abrazó y luego de un par de caricias aceptó mi apreciación y me pidió perdón. Lo cual me descolocó aún más porque reafirmó que mi sentimiento no había sido descabellado.

Cuando visitábamos a mis abuelos paternos, mi hermano Newton compartía miles de intereses con mi abuela. En Villa del Parque, hoy en día, hay una biblioteca enorme que mi hermano ayudó a categorizar y ordenar con extensas tablas de Excel. Compartían el interés por los números y por las primeras ediciones de algunos clásicos de la literatura.

Con mi abuela materna Newton compartía la cinefilia. En las juntadas familiares hablaban de clásicos del cine y de nuevos lanzamientos. Se prestaban CDs con películas pirateadas y se recomendaban tantas otras. Hablaban de directores y actores.

Mientras estas charlas sucedían yo me esforzaba porque me interesara algo de todo lo que hablaban.

Hasta que un día interrumpí esas charlas rellenas de contenido para hacer un comentario en medio de un almuerzo familiar. Todos dirigieron las miradas hacia mí, mientras que la mía estaba concentrada en el ñoqui de sémola con kétchup que estaba a punto de devorar. Echaron a reír de manera tan asincrónica que fue una algarabía en la que aún aquel que no había escuchado lo que dije largó una carcajada preguntando ‘¿qué dijo?’. Levanté la mirada y yo también reí contagiada del entusiasmo familiar. Meter un gol debe sentirse similar.  

Recién podría verbalizar muchos años después lo que ese día significó para mí.

Había logrado encontrar mi lugar que claramente distaba de películas, libros y tablas de Excel.

Había entendido que el rol de inteligente estaba tomado por mi hermano, los roles de bellas, esbeltas y flacas por mis primas, y yo acababa de descubrir que el de simpática había quedado vacante.

Pude abalanzarme sobre el sillón panza arriba y liberé toda la presión que había sentido durante años. Fue como desabrocharme el primer botón del pantalón después de una comilona. Había encontrado finalmente mi lugar. Iba a poder ser la desvergonzada de la familia. La que hace chistes, pero también papelones. La que tiene más de 30 años y está soltera pasándola de lujo con amigas. La que vive en un monoambiente porque elije mandarse viajes estrafalarios, aunque la mayoría sean con mochila, carpa y hasta una vez en bici. La que empieza miles de talleres, retoma estudios, se anota en clases y sabe que puede confundirse mil veces y engordar unos kilos, porque justamente eligió ser la simpática.

No se espera nada de mí y eso, para los entendidos, es correr con ventaja. Estoy tan solo a un golpe de suerte de sorprenderlos a todos.

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1 Comment

  1. Fuerte. No seguir las reglas para ser feliz es sorprendente. Contar con entusiasmo cómo estas a metros de altura agarrada con los dedos es un golpe de suerte. Sin saber nada, no creo que necesites más.

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