![](https://i0.wp.com/www.singleladiesproject.com/wp-content/uploads/2021/03/Del-que-me-aviso-que-me-habia-quedado-comida-en-la-boca.png?resize=987%2C631&ssl=1)
No intenten entender cómo en una previa con muchachos, yo le entré a un pan dulce que estaba abierto en la cocina. Aunque pensándolo bien, soy de esas personas que comen según la época del año: rosca de pascua en Pascua (daaah), licuado de banana en verano, y pastelitos de batata en la semana de mayo. Era 2 de enero y la Srta. Madama abrió un pan dulce y se paseó por el departamento ofreciéndolo al compás de su cadera que se quebraba al abrirse paso entre la gente.
En los casamientos jamás me niego al bandejeo, y salvando las distancias, esta vez tampoco lo hice. Tomé un pedazo generoso y me aparté de los candidatos intentando cuidar mi propia imagen. No recuerdo si lo comí de un bocado o fueron dos, pero logré saciar mis ganas de Año Nuevo. Me di vuelta victoriosa reincorporándome al grupo de muchachos. Estuvimos hablando un rato en ronda, y volví a alejarme en busca de un vasito de agua que ayudara al pan dulce a seguir su curso.
Distraída frente a la mesa entre un cementerio de vasos sin dueños, por detrás de mí uno de los chicos se me acercó lo suficiente para incomodarme y susurrarme al oído: ‘dado que tus amigas no te avisaron, te lo digo yo. Te quedó pan dulce en la boca. De nada’.
Pivoteé sobre mi eje riéndome y quedando frente a frente al valiente. Me tapé la boca pidiéndole perdón a la vez que le agradecía la sinceridad. Él sólo reía de verme tan incómoda y con su mano derecha me limpió las migas que me habían quedado pegadas en el mentón.
Hasta hacía un par de minutos éramos completos extraños, y mientras nadie se percató de nosotros, nos habíamos convertido en cómplices.
Toda la noche me sacó charla y estuvo merodeando cerca de donde estaba. Aún cuando hablaba con algún otro muchacho él permanecía cerca, sin invadir mi espacio y sin escuchar mis conversaciones, pero permanecía en mi campo visual a la vez que me intercambiaba miradas.
Se animó a sacarme a bailar, así que nuevamente fue un valiente. Se me ha acusado de tener un estilo de baile muy particular, y si me observan un rato probablemente elijan no tomarme de la mano. Soy como esas tías que bailan solas en los casamientos con un grado de alcohol que justifica sus movimientos, sólo que yo por lo general bailo totalmente sobria. Por eso como les dije, fue un valiente.
Hicimos los clásicos pasitos tomados de las manos, pasándonos los brazos por detrás de la cabeza y deslizándonos mientras girábamos y movíamos la cintura. Entre tanto giro y giro sus manos comenzaron a acortar nuestra distancia, me tomó de la cintura y se acercó tanto que no había chance de que no estuviera sintiendo mis pechos que esa noche habían decidido no usar corpiño.
Se notó mi vergüenza pueril que no condice con la edad que tengo. Me alejé y seguí bailando. Repitió el movimiento y me volvió a acercar a él. Me volví a alejar diciéndole: me da vergüenza, aunque no lo creas.
El valiente se rió y me dijo que quería entender a partir de qué distancia me empezaba a incomodar, casi como un juego. Me volvió a tomar de la cintura a lo que esclamé: ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya me da vergüenza!
Reímos y seguimos bailando mientras cada tanto se generaba algún roce.
Al darme vuelta la Madama estaba bailando bachata fundida en el abrazo de uno de los chicos y pensé: ‘cuánto me falta aprender’.
La fiesta terminó y el valiente me pidió el teléfono e IG.
Le pasé mi teléfono y jamás lo acepté en IG. Y ahí quedó todo.
Semanas después me escribió preguntándome cómo la habíamos pasado en el Bolsón, algunas semanas después me volvió a escribir para saber si ya habíamos vuelto del viaje hasta que finalmente me invitó a cenar un miércoles. Dado que ya tenía planes, le ofrecí pasarlo para otro día a lo que respondió que debía ser el miércoles de la semana siguiente. Ok, mensaje recibido: soy la de los miércoles.
Coordinamos con una semana de anticipación y no volvimos a hablar hasta ese mismo miércoles en el que me avisó que estaba pasándome a buscar.
Cabe aclarar que yo lo había visto una sola vez hacía 2 meses, y eso era todo.
Me subí a su auto y me sentí observada como quien mira a alguien buscando las diez diferencias. Me hizo un contacto visual intenso buscando la complicidad que nos habían dado las migas de pan dulce de unas cuantas semanas atrás. Apenas arrancamos me confesó que jamás pensó que me subiría por segunda vez a su auto. Claro, porque yo no les conté que El Valiente también lo fue porque él y sus amigos nos levantaron en su auto mientras bajábamos el Otto caminando con Cocó y Kamikazee.
El Valiente originalmente me había dicho de ir a comer shawarma (menú que AMO), a lo que mis amigas sostuvieron que iba a ser muy polémico verme a mí sosteniendo el shawarma con ambas manos, mientras chorreaba la salsa de yogurt entre mis dedos. Tanto me traumaron que esa noche soñé que me sacaba fotos mientras comí shawarma jaaaaaaaaaa REAL.
Sobre la hora El Valiente cambió locación y reservó en un bar cerca de mi casa (fiuuuuuuuuu, mientras no sea en Pancho54 estaba salvada jaaaa)
El pibe se había empilchado muy correctamente: pantalón caqui (que algunos dirían marrón claro) achupinado (CLAP CLAP), camisuli blanca y zapatillas. ¡Muy bien el pelado! Ahhh, sí sí, fue mi primer pelado jaaaa. Ya a mi edad no puedo pretender seguir saliendo con gente peluda.
Así que el pelado estaba cancheeero, un pelado con onda.
Le comenté que me gustaba mucho escribir y en un afán de buscar alguna compatibilidad entre nosotros, de manera algo atolondrada, me dijo que él también escribía. ‘Son cosas muy íntimas, son como reflexiones, no las comparto con nadie’, me dijo.
‘Bueno, entonces con más razón, elegí una al azar y leémela’ le dije en tono de profesora de secundaria cuando te decían ‘A ver Srta. Ciencitas, comparta de qué se ríe así nos reímos todos’, diría que ese mismo tono usé.
Ante su negativa y su vergüenza usé el arma de la ‘cabeza inclinada para un costado’. Pruébenlo. Es como un beboteo pero algo más digno. Y funcionó. Empezó a leer y a compartirme sus reflexiones más profundas, sus inseguridades, sus dudas existenciales. La charla terminó fluyendo en temas por demás personales de su historia de vida, de sus viejos y de lo que hablaba en terapia. Y después de contarme mucho de él se excusó detrás de una frase que varios muchachos me han dicho con cierto recelo ‘jamás lloro’.
No hay nada que me guste menos que un hombre que no llore y se jacte de ello. Llorar para mí es un momento de conexión con el lado más vulnerable de uno, ¡y está buenísimo! Yo lloro de ver llorar a otros, he llorado en los aeropuertos de ver reencuentros de personas que ni conozco, lloro al ver propuestas de matrimonio en Instagram y lloro cuando me enojo mucho.
Estuvimos desde las 8pm hasta que cerró el bar y sutilmente nos trajeron la cuenta sin que la hubiésemos pedido.
Volvimos al auto y noté que no lo puso en marcha. Su expresión corporal me alertaba que le habría encantado que los asientos fueran como los del Ford Falcon, sin freno de mano ni apoyabrazos que irrumpieran el trayecto que tenía que hacer hasta llegar algo más cerca de mí.
Al notar esto me estampé contra mi puerta. No tenía ganas de besarlo, aunque también sabía que si él lograba superar los obstáculos no le negaría unos besitos.
Quedó demostrado que, si yo no ayudaba un poco acercándome, el beso jamás sucedería. Pero esta vez yo no me acerqué.
Me alcanzó hasta casa. Se lo veía contento, porque hasta ese momento él desconocía mi récord en hacer llorar a los muchachos, pero claro que ya se enteraría.
Me encantó!!!