Comodín #2 (para entender la historia de los comodines leé ‘Tengo a alguien para presentarte’).
La Srta. ‘Me ne frega el título’ contaba 1,2,3 mientras golpeaba el pitutito azul en el tablero a medida que avanzaba casilleros. El azul era el mío, ¡claro! Había tomado la delantera y no podían alcanzarme, ni ella ni su Sr. ‘Marido’.
Desde hace un tiempo me hice la fama de llegar siempre rota a los asados familiares. En mí defensa no soy una persona que presente un estado proporcional a la ingesta de alcohol. Lo que realmente me detona el orden de mis rasgos es la falta de horas de sueño: ojos hinchados, la marca de la almohada en la cara, el pelo arremolinado como si hubiera unido Ushuaia-La Quiaca en un descapotable y al salir de la cama no hay una sola articulación que no se haga escuchar. Y lo peor es que ni duchándome logro recauchutarme (si uso palabras raras, avísenme. Tengo muchas expresiones que estoy convencida que se dicen, pero me vine a enterar que sólo las usan mis viejos). Así que entro a la casa de mis tíos con las gafas de Sol puestas, me dirijo a la cocina sin saludar (cuasi celebrity que levanta la ventanilla del auto para no dar notas), me sirvo un vaso de agua y comienzo mi proceso de recomposición. Ese día había llegado y noté que sobraba un lugar: ‘¡emm, tía… te agradezco el optimismo, pero sigo rechazando ofertas de muchachos a lo loco! Por lo pronto se puede levantar ese plato porque no vendrá nadie más’.
Aunque ya tengamos edad adulta, en los asados familiares seguimos sentándonos en la mesa de los chicos pese a que a partir de los últimos años se hayan incorporado algunos bepis. Yo me sigo aferrando al mantel, me falta sólo escribir con liquid paper mi nombre en mi lugar. Me rehúso a aceptar que haya una nueva generación en mi familia, aunque me tope con mamaderas, cochecitos, pañales y el clásico ‘shhhh hablá más bajo que está durmiendo’. Pero ojo, porque dejar de ser el más chico tiene sus ventajas también.
Cuando éramos niños, mi hermano y yo teníamos que pedir permiso para levantarnos de la mesa e ir a jugar. Por lo general ya conocíamos el momento oportuno para que al pedir permiso se nos concediera, pero mis primas no tenían que hacerlo. Ellas podían levantarse cuando quisieran, disparaban corriendo después de tres bocados y yo tenía que esperar que se desarrollara tooodo el almuerzo mientras pensaba lo aburrido que eran los adultos.
Ahora que ya tenemos madurez para cuestionar a los adultos, y en breve tendremos autoridad para educar a los pequeños, ni mi prima la Srta. ‘Me ne frega el título’ ni yo esperamos al postre para desplegar el juego de mesa que nos encanta. Terminamos no solo los “jóvenes adultos” jugando, sino también los “adultos posta” mientras buscan el postre, los platitos, las cucharitas, las tacitas de café y otras cosas.
La Srta. ‘Me ne frega el título’ me preguntó mientras ordenaba el juego: “y Cienci, ¿estás saliendo con alguien?” U-O-U, parame la moto ¡Qué pregunta TREMEEEENDA! Porque es demasiado abierta. La respuesta por default es sí, porque hasta ahora sola voy sólo al baño, pero el resto del tiempo suelo estar con alguien. Peeero obvio que entendí a lo que se refería. Si me lo hubiese preguntado durante el 2019 mi respuesta habría sido “definitivamente no”, pero este 2020 pude responder “PFFFFF. ¿No te conté? Sí, seguro te conté. Empecé a salir con pibes para escribir al respecto, así que sí, se podría decir que soy una ametralladora en el rubro citas. Conocí chicos, otros me los presentaron, así que ando saliendo bastante. El día que se destape la olla me va a venir a buscar la policía, eso seguro”.
‘Ah, pero ¿aceptás que te presenten gente? Porque yo siempre te quise presentar a un amigo del Sr. ‘Marido’.
‘¿Me estás cargando? Ya fue, pásame el teléfono que le escribo’.
Ese domingo de falsa resaca y verdadera modorra, mandé el siguiente mensaje: “hola XXX ¿todo bien? Soy Ciencitas, la prima de la Srta. ‘Me ne frega el título’”.
‘Hola Ciencitas, bien. ¿Cómo estás vos?
Bien, acá con la Srta ‘Me ne frega’ y el Sr. ‘Marido’ quien me pasó tu número para que te escribiera.
Jajajajajajjajajaja (Conté los ‘ja’ que me mandó y estoy siendo literal. Se ve que le causó gracia, ni idea). Qué elocuente este Sr. ‘Marido’, me dijo.
“Yo diría resolutivo”, le mandé.
Ahhhh WEEENOOO ¿Esa fui yo respondiendo eso? WOOOOW. Me sorprendí a mí misma. Estaba irreconocible tomando la iniciativa casi como una experta en el asunto. Sentía haber hecho un lanzamiento de jabalina y que por primera vez no se clavara casi al lado de mi pie, esta vez había alcanzado una distancia de la que no iba a poder retroceder, pero estaba dispuesta a sostener la actitud.
El detallecín a tener en cuenta es que el Sr. ‘Marido’ trabaja en una profesión que incluye uniforme. ¡Noooo, no es bombero gente! Como les decía, incluye uniforme, horarios de trabajo aleatorios, mucho tiempo fuera de casa y……. a ver si con esta la adivinan: mi tío le ha dicho que parece un testigo de Jehová cuando es verano y usa camisas manga corta, y es TAL CUAL. ¿Adivinaron? El Sr. ‘Marido’ y el amigo que me querían presentar son pilotos de avión.
Uffffffffffffffffffff, qué difícil sería este comensal. El prejuicio que tenemos de los pilotos es que se la re creen ¿no? Sino cómo podés explicar que en la fila de migraciones, cuando todos los simples mortales estamos haciendo la cola, ellos pasen sin siquiera cruzar miradas con nosotros. Chabón, estuve 14 horas compartiendo un vuelo con vos, y mientras vos ibas plácidamente sentado con espacio, yo estuve con las rodillas al pecho, fumándome los pedos del de al lado que además me despertó 3 veces para ir al baño y el de atrás que me golpeaba el asiento cada vez que subía y bajaba la mesita. Claro, pero la tripulación pasa por al lado, todos peinados y perfumados, mientras que nosotros ni los dientes nos lavamos y el pelo conserva una estática que es imposible de domar. Pero tranqui chicos eh, ni nos saluden… a nosotros, a los que aplaudimos cuando aterrizó el avión, a los que ordenan la bandejita antes de devolverla, a los que no pedimos re-fill de ninguna bebida para no molestar. Miren que yo no aplaudo al tachero cuando arrima el auto a la vereda sin cordonear, ni aplaudo al cajero que escanea 50 productos en medio segundo, ni al albañil que hace magia con el fratacho. Y sin embargo, jamás me negaron un saludo.
Pero bueno, acepté el desafío. Ok, saldría con un piloto.
Quedé con ‘The Pilot’ que saldríamos a comer y a tomar algo un día martes, si bien él propuso un bar en un subsuelo, dado que la noche estaba espectaculaaaar le cambié los planes por un bar de patio grande y arbolado (¡ey!, al menos no sugerí chori en un carrito).
Después me confesaría que le escribió al Sr. ‘Marido’ preguntando ‘¿qué onda Ciencitas? ¿Cómo es la mina? ¿Tengo que ir de camisa?’ (jaaaaaaaaaa, me imagino la sorpresa que se llevó cuando me vio).
El Sr. ‘Marido’ me había dicho que el pibe era re de mi onda (¿?), medio hippie (¿?), le gustaba andar en bici (¿?), había vendido su auto hacía poco (¿?).
Fue por eso que cuando coordinamos le sugerí que nos encontráramos directamente en el bar, a lo que ‘The Pilot’ respondió: si me permitís, te paso a buscar. Acepté.
8.59pm recibí el mensaje: ‘estoy abajo’. Wachi puntualidad.
Bajé corriendo las escaleras (vivo en un 3° piso por escalera) porque no sé bajar de otra manera, y abrí la puerta como si fuera la de la heladera a las 3am cuando te agarra el bajonazo. Zácate, me frené en seco. ‘The Pilot’ estaba parado frente a mi puerta de calle. ¡Ah! ¿XX? ¿Qué tal? ¿Todo bien? Muchacho alto, flaco, pelo lacio castaño. Lucía una remera blanca, jean y…. zapatos (CHAN. No importa, se lo dejamos pasar. Yo tampoco soy Carolina Herrera vistiéndome). Nos saludamos, y empezó a caminar en una dirección. Yo no entendía si había venido en taxi a buscarme, o si iríamos en bondi al bar… pero lo seguí. Mientras se desarrollaba esa charla inicial evitando silencios, sacó una llave de su bolsillo y apuntó a un auto que sonó BIP-BIP.
Nonononono, ustedes no entienden que yo sufro de vergüenza con los efectos personales ajenos. Era un auto que parecía el batimóvil, en el que iba a poder rememorar mis épocas de batichica (de pequeña me subía en la parte de atrás de la bici de mi hermano, con mi capita violeta).
Pero nononono, ¿qué estoy diciendo? ¡Qué vergüenza! ¿Qué van a pensar los vecinos? Hoy me subo al auto de uno, mañana al de otro. ¿Qué soy? ¿La reina narco?
En fin, me acerqué rápido en puntitas de pie (como quien regresa a las 7am a su casa cuando aún vive con sus padres), ‘The Pilot’ encima tuvo el gesto de abrirme la puerta y yo no pude subirme como una persona normal, no, fue un clavado el que hice. Al subirme caí sobre el asiento como si me lo hubieran bajado un par de centímetros. ‘¿Habrá notado mi torpeza?’, pensé.
La charla rumbo al bar fue amena. Al llegar al bar me costó un EGG (huevo) bajarme del auto, claro, porque esa diferencia de centímetros al subir al auto que me hizo caer, al intentar bajar me hizo parecer del PAMI tomándome de los costados de la puerta intentando tomar impulso para poder salir de ahí, era como si el asiento me hubiera succionado. Tranqui, papelón superado.
Pedimos en la barra, y yo opté por mi cerveza favorita y ‘The Pilot’ por otra variedad.
“Disculpame. ¿Cuál es cuál?” le pregunté al barman respecto de las cervezas.
Barman: ‘¿Cómo? Son las dos iguales’.
Yo: Em, no. Pedimos dos variedades diferentes.
Barman: ¿Y yo cómo puedo saberlo si el ticket dice 2 iguales?, me respondió. Ahora tengo que tirar estas dos cervezas, todo porque yo no tengo forma de saber lo que ustedes quieren.
Yo: Nah nah, discúlpame. Lo único que me falta es que te la agarres con nosotros. Si estás de malhumor hacete ver. Más fácil sería que nos preguntes qué queremos y listo, qué sé yo qué dice el ticket. Hablá con tu compañera de última. Encima no es la forma de tratarnos porque yo siempre te hablé bien.
‘The Pilot’ había quedado mudo, dispuesto a tomar la cerveza que no había pedido.
Cieeeerto que estoy en una cita JAAAAAAAAAAA
Lo miré sonriendo. Ahhh ¿qué tal? ¿todo bien? Sorry, ya estoy con vos de vuelta, dame dos segunditos que estoy arreglando un asunto acá. Y lo peor es que la idea que seguramente se acababa de hacer de mí por ese exabrupto, era perfectamente acertada.
Sólo atinó a decirme: WOW.
Comimos, charlamos, nos reímos de la risa de una de las chicas de la mesa de al lado, de la nada me preguntó si tenía algún tatuaje (me sonó un poquito libidinoso ¿a ustedes no?), me mostró su documento (había una cierta diferencia de edad. Yo hasta el momento sólo me comía pendejos. Naah, ¡mentira! jaaaa) hasta que comenzaron a arrimar mesas, ordenar sillas y el bar cerró. Volvimos al auto, lo puso en marcha y se le prendió la radio sintonizada en Aspen, a lo que horrorizada le dije: ‘te falta conocer los temas de moda, te voy a grabar Radio Disney ¿puedo?’
Me alcanzó hasta casa y adivinen… estacionó, se bajó y me acompañó hasta la puerta. Yo ya sabía que no habría beso.
Antes de despedirnos preguntó ‘¿la pasaste bien? Yo la pasé re bien’.
Sí, la pasé bien.
¿Estás para volver a salir?
Sí, claro.
Entré al edificio y me quedé apoyada del otro lado de la puerta, agarrando las llaves y justificándome por no haberle dicho la verdad.
Es lo imperfecto lo que me hará llorar de risa, me obligará a improvisar y logrará hacerme feliz. Para perfecto está el El David de Miguel Ángel, la teoría de la relatividad y el tiramisú de mi vieja.
No sé cómo cai acá… Pero me leí todo de un tironnn… Buenísimo… Espero las próximas…