¿Hay algo más lindo que ir a trabajar sabiendo que ese día lo vas a terminar probablemente borracha, bailando con amigos, festejando por el simple hecho de festejar? Tal vez inclusive estés yendo a ese after porque hay alguien que te interese, y esta vez la charla no será en la máquina de café. Y ahora que los tengo allá arriba pensando en lo hermoso que es tirar unos pasos un día de semana, saco la gomera y les apunto directo preguntándoles ¿hay algo más tremendo que el momento en el que te despierta la alarma al día siguiente y sabés que ese último mojito estuvo totalmente de más? Ese último mojito que te invitaron, la última cerveza que compraste y los sorbos de champán que tomaste sólo porque el concepto de la frapera ¡te vuelve loca! La cabeza se te parte y estás destilando alcohol a través de un pijama que probablemente deje mucho que desear (de esos que en caso de incendio deberías cambiarte antes de evacuar el edificio). Faaa, los hice estrellarse contra el piso ¿no? De nada.
Calavera no chilla, diría mi vieja. Porque una madre que te ve tomando un Alikal para la resaca jamás pronunciaría ‘¿quién te quita lo bailado?’. Y por más que viva sola hace ya varios años, la sigo escuchando cuando me levanto arrepintiéndome de las decisiones que tomé a partir de las 11pm un día de semana cualquiera.
Ese día fui a trabajar con lo mejorcito, esas prendas en las que te mirás al espejo y asentís sacando trompita: ¡así, sí! No me caracterizo por ser una persona que se empilche, pero fui aprendiendo en los últimos años y al día de hoy la Srta. ‘Temporada 1, Capítulo 5, minuto 34’ me sigue burlando por un día que quedó en el recuerdo: fue el día del ‘clutch’. Para los que no sepan, un clutch (léase clach) es una mini cartera que se usa por lo general para algún evento más formal. Me había cambiado en su casa porque me ayudaría con los detalles finales. Había elegido un vestido ajustado para el infarto (el infarto propio seguro, no podía ni respirar), y elegí el clutch entre un surtido no menor a 8 opciones. Cuando aparecí tuneada con el vestido y el clutch en mano, la Srta. ‘Temporada 1, Capítulo 5, minuto 34’ no podía hablarme de la risa que le había agarrado al ver que mi clutch lo había llenado tanto que no cerraba. Me explicó que esos accesorios están pensados para llevar lo mínimo indispensable, así que supeditó mis pertenencias y empezó a sacarlas de a una. Parecía un mago sacando cosas de la galera para el entretenimiento del público. Empezó sorprendiéndose del tamaño de la billetera pese a que no condecía con el cambio chico que había dentro, la SUBE (fanática de volverme en bondi aún vestida de fiesta), una manteca de cacao y unos carilina. ¿Y estoooo? me preguntó al sacar un manojo de llaves digno de encargado de edificio. ‘Y bueno, mis llaves, las de mis viejos, las llaves de la oficina de mi viejo, las llaves del portón donde guardo la bici, la llave de la bici y su copia (porque en general con el candado te vienen dos copias y convengamos que la segunda no sabés a quién dársela así que siempre terminan juntas. Así si se pierden, se pierden juntas, lógico).
La Srta. ‘Temporada 1, Capítulo 5, minuto 34’ estaba tan tentada que no podía parar de reír al notar los elementos que yo consideraba esenciales para ir a una fiesta. A partir de ahí hubo un pacto tácito en el que ella sería mi asesora de imagen. Cuando tenía alguna duda siempre con un solo intercambio de miradas entendía el grado de pifie o de acierto que había cometido.
Pero como les decía, ese día había ido con lo mejorcito a trabajar porque sabía que de ahí nos iríamos con la Srta. ‘¡Qué torrrnillo!’ a una fiesta que prometía.
Se hicieron las 18hs y cuando el último saludó ‘chau, hasta mañana’ nos fuimos de raje al baño con el kit de primero auxilios: base, rubor, máscara de pestañas, labial, tapaojeras, y tantas otras cosas que ni idea para qué servían. Entramos al baño casi que pateando la puerta, controlamos que no hubiera nadie más y comenzamos con una escena bastante similar a la de cortar los cables de colores de una bomba. Yo miraba de cerca cada producto e intentaba encontrarle las instrucciones de uso. Diría que tengo más dominio de una agujereadora en modo rotopercutora que de un delineador. Nos emperifollamos de tal manera que parecía que la bomba nos hubiera estallado en la cara. Nos sentíamos diosas y eso era lo que importaba.
Salimos de la oficina siendo totalmente diferentes a las dos chicas que habían ingresado a las 9am ( jaaa ¿a quién le miento? Quien dice 9am dice 10am. Imposible cumplir horario #millennial issues) y nos dirigimos caminando a donde sería la fiesta. Era un edificio de co-working bastante conocido por sus afters. Ese día el edificio tuvo hora pico en el uso de ascensores a las 18.30 para acceder a la terraza.
Waaaachi. ¿Vieron esos lugares en donde sólo hay gente canchera? Y uno se pregunta ¿cómo llegué yo acá? Es cuando temés que los otros se den cuenta de que estás recién llegada de Melmac.
Había alcohol y comida gratis, y lo bueno de la gente canchera es que nunca se va a amontonar para conseguir una rebanada de pizza o un vaso de cerveza, peeeeeeero la Srta. ‘¡Qué torrrnillo!’ y yo estábamos primeras en la fila JAAA.
¡Lo que comimos y chupamos ese día! Los de mi laburo anterior siempre me jodían al verme agarrar todo lo del bandejeo, desde la punta opuesta de la ronda me gritaban ‘aprovechá que lo gratis tiene otro sabor’. ¡Y qué rico es, gente!
El lugar se llenó y la música fue un éxito. No había una sola persona sentada, estábamos todos bailando y levantando un vapor tremendo, ¡cómo tiene que ser! La Srta. ‘¡Qué torrrnillo!’ es la amiga que nunca te va a decir que le da fiaca un plan que incluya chupi y baile. Y además es la amiga perfecta para llevar en situaciones donde necesitás que te hagan la segunda, podés desaparecer un rato (ustedes me entienden JIII) que ella va a saber entretenerse y hasta probablemente acabes diciéndole ‘che, vamos. Estoy cansada’.
El organigrama de la pista de baile había quedado bastante fijo, todos estábamos con nuestros grupos y parecían alquilados los metros cuadrados, nadie se movía de sus sectores. Éramos todos como vecinos de carpa en la Bristol. Mientras bailábamos sin que hubiera mañana, el DJ mechó con un tema de Luis Miguel y era exactamente la canción que todos estábamos esperando. Se escuchó el ‘uhuuuuu’ mientras levantamos los brazos en una completa exaltación. El chico detrás de mí tuvo la misma idea, sólo que olvidó que una de sus manos sostenía un vaso lleno de cerveza. Voló por los aires y tal como les dije al principio, esa noche la cerveza fue gratis de principio a fin en mi caso. Me empapó.
Me di vuelta con la mejor cara de ‘PERO SI SERÁ DE DIOOOOS’ y el chico pidió disculpas preguntándome si me había salpicado. ¿Es joda? No elegí lúpulo de cerveza como método de nutrición capilar, ¡eh amigo! Terminé aflojando en ese duelo de miradas reprobatorias con un ‘todo bien, ya fue’.
Luego de esa ducha de cerveza y las horas transcurridas, la magia del maquillaje estaba perdiendo efecto cuando para colmo nos prendieron las luces y bajaron la música. Uhhhhhhh, durísimo. La Srta. “¡Qué torrrnillo!” al verme la facha con la luz prendida se desesperó por sacarme del lugar sin que nadie me viera, parecía estar buscando el caño de un cuartel de bomberos, para poder escapar deslizándonos por él de la manera más rápida.
Por el nivel de alcohol que manejábamos, creo que habríamos saltado sin tomarnos del caño, así que por suerte optamos por los ascensores, al igual que hacía todo el mundo. Nos subimos últimas y quedamos ubicadas en el medio, entre varios muchachos. Uno de los chicos nos preguntó si íbamos todos a PB (no entiendo qué otra opción había), así que levanté la vista que la había ubicado tímidamente en el piso del ascensor. Le respondí que sí y lo reconocí: ¡vos fuiste el que me tiró la cerveza! Su grupo y el mío habíamos estado bailando toda la fiesta pegados. El muchacho rió y volvió a pedir perdón, lo que generó un mini diálogo entre todos en el corto trayecto desde la terraza hasta PB.
El chico alto que estaba al lado mío comentó algo también, lo que hizo que lo mirara.
¡YO A VOS TE CONOZCO!, le dije. ¿Y qué me pasa cuando me suceden esos encuentros fortuitos? ENLOQUEZCO de emoción.
¿Ah sí? Mirá. (Cof, pedante)
NO EN SERIO, ¡TE CONOZCO!
A ver, ¿cómo me llamo? (Pedante al cuadrado)
NO ME ACUERDO, ¡PERO VOS FUISTE A MI MISMA ESCUELA! SOS UNOS AÑOS MÁS GRANDE. ¡YO SOY LA HERMANA DEL Sr. “Newton”! (#Dato. Tengo un tema cuando me toca presentarme. Siempre lo hago bajo lazos sanguíneos. Soy la hija de, soy la hermana de, soy la nieta de. Pero nunca termino diciendo mi nombre).
El señor pedante quedó en silencio absoluto, hasta que me respondió sorprendido: “no sabía que tuviera una hermana directamente”.
La historia de mi Vida, JAAAA. Cuando me pregunten cuál es mi “don que no sirve para nada” ya sé lo que voy a responder: sé pasar desapercibida.
El señor pedante dejó de ser tan pedante: ‘ahora que lo decís, sos igual a tu hermano’.
‘BUAAAAAAAAAH, no es un piropo que me digas eso’.
‘Nooo, ¿por qué? El Sr. “Newton” es un tipo muy buenmozo’. (Entre nos, el Sr. “Newton” es igual a mi viejo. Cierra por todos lados el parecido que encontró).
‘Mmm, esta conversación está tomando un curso algo extraño’, le dije.
Nos despedimos después de intercambiar un par de palabras más. Diría que el diálogo terminó de manera macanuda.
¿Vieron que hay una teoría que dice que si lográs transmitir tu idea de negocio en lo que dura un viaje de ascensor probablemente logres venderla? Para cuando estaba subiéndome al bondi regresando a casa recibí su mensaje “hola bombona”. PFFFFFFFF, real que lo debe ver muy buenmozo a mi hermano JAAA
¿Pero saben qué? A mí me gusta la gente que me supo ver aún cuando me esforcé por ser invisible.