Hay momentos en los que ya no sabés a dónde recurrir para conocer gente nueva. El clásico es conocer gente en el laburo, pero para ese entonces tenía 4 años trabajando en el mismo lugar, y si bien nunca comí ahí, tampoco tenía muchas opciones, era una empresa donde éramos pocos y nos conocíamos mucho. Ojo, no quiere decir que no haya habido encontronazos fogosos entre compañeros míos, pero bueno… nunca recibí ningún disparo dentro de la oficina, así que todo terminó en que hice muy buenas amistades JAAA
Es más, quiero presentarles al Sr. “No dejo títere con cabeza”. Cuando era nueva, a veces me lo encontraba en la cocina de la oficina y detestaba que siempre me sacara charla de lo mismo ‘y… Ciencitas, ¿hoy viniste en bici?’. Síii chabón, siempre vengo en bici excepto que llueva. Ganas no me faltaban de responderle eso. Cuando avanzaron mis meses dentro de la oficina, me fui afianzando, generé vínculos y finalmente me hicieron partícipe del chusmerío. Es hermoso el momento en el que sentís que ganaste la confianza suficiente para que te cuenten intimidades. De todas maneras, las primeras infidencias que te cuentan tus nuevos compañeros NUNCA los involucra directamente, siempre son de otros. Cuando te cuentan una propia es cuando realmente te ganaste el lugar, es así como lucen los comienzos de amistad en las oficinas.
¿Vos sabías que el Sr. “No dejo títere con cabeza” estuvo con… y se dice que también con…?”
¿KEEEEEEEEEEE? No podía creerlo. Hasta que empecé a prestarle más atención. Ya cuando nos encontrábamos en la cocina desconfiaba de su pregunta “¿viniste en bici?”. Pero me convencí que estaba sugestionada, que no había doble intención. Pasaron los meses y presencié mil preguntas libidinosas de parte de él hacia cualquiera que se cruzara por su camino. Empecé a interferir en el mediomundo que había colocado en el pasillo de la oficina, y le reclamaba constantemente: estoy ofendida porque soy la única mujer de esta oficina que no fue víctima de un tiro tuyo. A lo que me respondía: “cerrá la puerta y lo resolvemos” y todo terminaba en una risotada casi empujándonos como dos jugadores de fútbol de equipos contrarios. Y si bien puede parecer un poco border en tiempos feministas, así fue la manera de vincularme con él. Chista va, chiste viene. Hoy es un gran amigo, y les confieso que, teniendo su versión de los hechos, ratifico que ha sabido ser un semental. Es el clásico ejemplo actitud mata galán. Es el pibe entrador que puede ganar aún cuando los lunes llegaba arrebatado del Sol, con los vellos depilados asomándose por el escote en V de la remera y con unas cadenas al estilo Vin Diesel. ‘Soy un fuego’ diría él.
Volviendo al tema, ¿dónde podía conocer gente si mis vínculos estaban algo saturados y el Sr. “No dejo títere con cabeza” no era ni remotamente una opción?
Mi amigo, el Sr. “Hermano Latinoamericano” (otro gran amigo que coseché en el laburo), me llamó y me dijo: “che Cienci, hago un asado con un grupo de españoles que viven en Buenos Aires ¿querés venir? Decile a Malbec también”.
Antes de poder pronunciar “PUESH OBVIO JODER” ya me había mirado tutoriales sobre el uso de las castañuelas y había aprendido el paso básico del flamenco.
¿Qué llevo? Le respondí, intentando ocultar mi nivel de excitación.
Lo primero que hice fue cazar el teléfono y le mandé el audio más concreto de todos los audios que pude haber intercambiado con alguien en toda mi vida.
Decía algo así: ‘cuchame: Sábado. Asado. Españoles.’ Malbec para ese entonces ya se había memorizado los ingredientes de la paella.
Definitivamente estábamos listas, habíamos estudiado a los colonizadores, aunque en verdad sólo supiéramos que eran españoles. Llegó el sábado. Al llegar al edificio dónde se haría el asado, el de seguridad me indicó el SUM donde ya estaban todos. Me acerqué tímidamente y empecé a saludar aunque no conociera absolutamente a nadie (momento incómodo si lo habrá). OH POR DIOS. ¿De dónde habían salido estos españoles? Todos parecían actores de las series de Netflix, con sonrisas mega archi encantadoras y ni hablar del momento del beso que generaba confusión y unos cuasi picos (o así yo hubiese querido). Finalmente lo encuentro al Sr. “Hermano latinoamericano”, estaba en la parrilla a cargo del asado. Rarísimo ¿no? Estaba presenciando un asado liderado por un salvadoreño (ah, claro, el apodo viene de ahí) y los comensales eran todos españoles, resultando que yo era la única representante de la soberanía argentina en ese SUM ubicado en pleno corazón de Palermo. Faltaba Malbec que llegó minutos más tarde y se ahorró el saludo incómodo, me vio y se quedó recluía al lado mío. Casi por obligación protocolar, nos acercamos a la ronda de mujeres e intercambiamos un par de palabras. Ellas también eran bellas, elegantes e histriónicas. Les pregunté por educación qué estaban haciendo en Buenos Aires y todas (¡pero todas eh!) empezaron a explicarme ‘yo vine porque a Joan lo transfirieron por trabajo’ ‘yo porque a Pedro le salió una oportunidad acá’…. De repente esa conversación se tornó en el juego de unir puntos hasta formar una figura. TODOS estaban en pareja, habíamos quedado fuera de la figura armada sólo Malbec y yo.
HOSSSSHTIA, JODER, TÍO.
Automáticamente guardé los zapatos de flamenco que estaban aniquilándome los pies mientras que Malbec olvidó la receta de la paella tras un par de copas de vino. Listo, no teníamos que hacer ninguna gracia, estaba todo perdido. Nos quedamos junto al Sr. “Hermano latinoamericano” acompañándolo en su tarea de asador, mientras le dábamos charla. De repente apareció un conquistador oriundo del país Vasco. Tenía toda la pinta de ser de ahí. Borrego, con algún que otro arito colgante, y a diferencia del resto de los españoles, este no se destacaba por su presencia. Empezamos a hablar Malbec, él y yo. Para ese entonces Malbec ya había hablado de su ascendencia española, yo ya estaba con el vestido a lunares gritando desaforadamente OLEEE, y todo el circo estaba armado nuevamente. Después de mucho intercambio cultural, fui muy sutil al preguntarle: ‘¿y vos con quién viniste a Buenos Aires?’ ‘Puesh, he venido con la María y con el Seba’ ‘Ahhh, ¿María es tu pareja?’ ‘Nono, María es la pareja del Seba’.
¡TENEMOS CARTÓN GANADOR, señores!
Así que en ese juego de unir puntos se me había pasado por alto el Vasco. El Vasco había quedado sin unirse con ningún punto, y efectivamente conté a los comensales y resultaron impares. El Vasco definitivamente estaba solo. De repente todo había vuelto a cobrar relevancia.
Con Malbec flasheamos viviendo con vista al mar. Flasheamos teniendo que avisarles a nuestros amigos que nos iríamos a vivir afuera. Flasheamos poniéndole Manolito a su hijo, mientras que el mío se llamaría Jorgito (más adelante resolveríamos el tema de la paternidad).
“El asado está listo”. Fuimos a comer y antes de que se armara bailongo empezaron a hacer cálculos de cuánto tenía que aportar cada uno. Empezaron a volar tickets por todas partes, sumaban, restaban, nos hicieron numerarnos, sacaron raíces cuadradas y calcularon la hipotenusa para llegar a un resultado del que desconfiamos únicamente Malbec y yo. Ambas nos esforzamos en no pensar ‘¡qué gallegos!’. Y si lo pensamos al menos no nos lo comentamos. De aquí se desprendió la resolución #703 para el 2020 “siempre que haya extranjeros en una fiesta, preguntar antes a qué tipo de cambio van a hacer las cuentas”, más que una resolución es un TIP.
Mientras íbamos entrando en calor al son de algún cuarteto y reggaetón, con Malbec pasamos a ser las instructoras de baile. Nos sentíamos Jésica Cirio dando clases de zumba. Las españolas nos miraban e intentaban imitar nuestros rústicos movimientos pero que bajo sus miradas éramos dos profesionales del perreo. En un momento lo veo al “Hermano latinoamericano” limpiando la parrilla y salí a darle un mano. Mientras ordenábamos le dije: che, ¡al menos hay uno! Estoy apuntando todos los cañones.
H. Latinoamericano: JAAJAJAJ, no Cienci, perdón. No hay ninguno.
Yo: síii que hay, a mí también se me pasó por alto.
HL: Nono, están todos en pareja.
Yo: no boludo, el vasco. ¡EL VASCO ESTÁ SOLTERO!
HL: ¿cuál es el vasco?
Miramos para adentro del SUM, donde estaban los españoles borrachos en un intento de baile, divirtiéndose con las letras obscenas de las canciones a medida que las iban entendiendo. (Acá la RAE no pincha ni corta, españoles. SepanloN).
Le marco al Vasco, ‘es el de la campera negra’.
HL: noooooooooooo, ¡pero si ese es gay! ¿no se dieron cuenta?
No mi Amor, claramente con Malbec no nos dimos cuenta. Si estuvimos hablando horas, escuchando cuentos sobre el clima de Euskadi, su idioma y tantas otras barrabasadas que, así como escuché, ubiqué en la papelera de reciclaje. Claro que no nos dimos cuenta. A decir verdad, la charla fue bastante interesante, pese a mi ironía.
Malbec se acerca y le digo: a este Vasco le gusta más la tira de asado que a nosotras (perdón, re ordinaria estuve, pero con Malbec parecemos dos pibes hablando y quiero ser lo más fiel posible a los hechos).
“Si no hay lugar para el mestizaje entre los colonos, retiremos las tropas” se adelantó a decir Malbec. Menos mal que esto no eran las invasiones inglesas, porque si hubiera dependido de esta dupla, hoy todos nosotros estaríamos como unos señoritos tomando el té. Ojo, no sin antes haberle echado a escondidas un chorrito de whisky, porque la viveza criolla habría subsistido, de eso estoy segura.