Fiesta sorpresa

‘Shhh, escóndanse que ahí viene’

Tengo un apodo en un círculo súper intimísimo en el que se me conoce como ‘la russian spy’ o dicho en criollo: la espía rusa. En inglés tiene ese no sé qué en el que me visualizás vestida de negro, con los labios pintados de rojo y el pelo tirante sin frizz atado para atrás, mientras que si te lo digo en español seguramente me imaginaste más como una agente de tránsito con las raíces crecidas renegando con los que tapan la patente con un CD y cintitas rojas. Aclaro que en la Vida soy más una agente de tránsito, obvio, pero para esta arista quiero ser lo más sexy que me puedan imaginar.

Sigo desarrollando la idea de ‘la russian spy’. Todo empezó el día que me escondí detrás de un puesto de diarios, luego caminé con pasos más largos de lo que suelen ser mis trancos, hasta llegar a un poste en el que me coloqué de perfil intentando mimetizarme con el óxido que le caía y los panfletos pegados aleatoriamente alrededor. Decidí avanzar agachada un poquito más allá, hasta una florería y permanecí agazapada, asomada entre jazmines y fresias, observando la vereda de enfrente. Estaba concentradísima, intentando omitir la miopía que me impedía ver en alta resolución lo que estaba sucediendo del otro lado de la avenida. La espalda me empezó a doler y el chico de la florería ya me había preguntado en 2 oportunidades si estaba buscando algo en particular. La segunda vez lo alejé mediante un simple ‘shuuu shuuu’. Creo que quedó clarísimo que no le compraría nada.

Pasó un tiempo considerable y me di por vencida. Se había hecho el horario en el que podíamos llegar a coincidir ‘casualmente’, pero nunca apareció, ese día no regresó a su casa como de costumbre. Me sentí muy estúpida y a la vez me divirtió el personaje. Llamé a mi amiga Kamikazee y le dije ‘¿entendés que estoy escondida en una florería para topármelo cuando regresara a su casa? Soy como una russian spy’. La Srta. Kamikazee jamás juzgaría dicha actitud, es la amiga que te pregunta coordenadas y te puede llegar a acompañar en la expedición llevando una vianda y frazadas, por si es necesario pernoctar para cumplir con el objetivo (no fue el caso, tranquilos amigos).

A partir de ahí me comí un poco el personaje. Desconozco si es una cuestión hereditaria o si es una aptitud a desarrollar con los años, pero yo claramente tomé conciencia del gran poder de observación del que poseo. ¿Poder de observación?

Claro, soy la que se da cuenta de amoríos no correspondidos, de noviazgos secretos, de alguna que otra tensión sexual no resuelta. Soy la típica que sale de atrás de los arbustos al son de un ‘AJAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA LO SABIAAAAAA’. También descubrí hechos de corrupción (me beso el índice muac muac en alusión a un ‘les juro’), pero no vienen al caso.

En un mundo de espías la información es poder, pero en mundos de oficinas como en el que nosotros vivimos, la información es tener que guardar un secreto, re aburrido.

Siguiendo esta lógica, pensarán que soy una persona imposible de sorprender porque de todo se da cuenta. Y curiosamente es todo lo contrario. Soy la que les encuentra una respuesta a todas las incongruencias de su propia Vida. Me autoconvenzo sin un mayor esfuerzo. ¿Por qué los regalos de Papá Noel tienen códigos de barra si él tiene su propia fábrica?, me preguntaba de niña. ‘Ah, seguramente vaya al súper o a la juguetería, deje el dinero en el mostrador y listo’. Para fortuna de mis viejos, nunca trasladé esa inquietud y deberían estarme agradecidos porque esa pregunta era más difícil que responder ¿cómo se hacen los bebés?

¿Por qué el día de mi cumple nadie puede hacer nada? Pero de repente me hacían ir a buscar algo a algún lugar que me parecía lo más normal del mundo y ¡BOOM! ¡Sorpresa! Estaban todos allí con serpentina y globos. 5 minutos duraba el estado de shock en el que entraba, intentando hilar todas esas incongruencias que había justificado.

Entonces me puse a hacer memoria, y resulta ser que yo también recibí observaciones de otros que aparentemente poseían el mismo don, pero se ve que don + don = anula don.

‘Ojo con tu compañero de portugués’ me dijeron. “Naaah”, fue mi respuesta.

Yo lo amaba y le sugerí de manera súper falsamente desinteresada ir juntos a una fiesta. Cuando me confirmó salí inmediatamente a comprarme ropa (jaaaa, me acuerdo y me doy ternura porque hoy en día salgo corriendo a comprar lencería. Me sigo haciendo la sexy en este posteo, ¡tremendo!). Manteniéndome fiel a mi estilo fui en zapatillas, pero con una linda remera nueva. La pasamos increíble. Bueno, en verdad es mi versión. Ni idea él.

La fiesta fue en un boliche bastante conocido por su túnel del amor. El túnel es un pasadizo oscuro en el que, según cuenta le leyenda, VALE TODO. Cancherita, como mascando un chicle con la boca abierta (aunque no tuviera chicle), le dije: ¿vamos al túnel?

Fuimos. Yo pasé primera. No recuerdo, pero diría que no nos dimos ni siquiera la mano. Salimos del túnel muertos de risa. Claramente no había pasado nada, él sólo acusó que alguien lo había nalgueado, agradecí haber ido adelante así no se me podía incriminar. La noche fue perfecta. Bailamos, charlamos y yo moría lentamente de Amor.

Al regresar, él sugirió tomarnos un taxi. A esa edad únicamente me tomaba bondis, así que era como un mini lujo la propuesta. Nos subimos y él indicó mi dirección, a lo que respondí ‘pero antes queda tu casa’. Él ‘no importa’. Yo ‘pero va a salir más caro’. Él ‘de verdad, no importa’. Oookeeey.

Llegamos a mi casa, busqué plata rápidamente para aportar al viaje y antes de bajarme, al saludarlo, veo que él estaba por pagar y bajarse atrás mío. Lo miré y le dije ‘¿qué hacés? Sino vas a tener que pagar dos veces la bajada de bandera. Chau, chau, ¡gracias!’. Le cerré la puerta. El taxi arrancó.

Silencio. Obvio que iba a haber silencio si estaba yo sola, pero fue un silencio más mental diría yo. Fue un minuto que me tomé para repasar lo que acababa de suceder. Yo le acababa de impedir que se bajara en la puerta de mi casa, habiendo regresado de una fiesta, en la que la pasamos de 10, una noche espectacular de noviembre y yo luciendo una remera comprada específicamente para esa salida ( #DATO: Ni hablar de la infinidad de ropa interior que nunca llegué a estrenar, porque con años de diferencia sigo siendo igual de despabilada).

Este candidatazo pasó en cuestión de segundos a mi “listado de los besos que no fueron”. Y ojo porque el listado tiene varios concursantes, cada uno con su propia historia en la que hice todo lo posible – SIN QUERERLO – para que no invadieran mi espacio personal.

Ahora es cuando mi labial rojo, el pelo tirante y el traje negro ajustado al cuerpo presentan algunas incongruencias con el relato. Yo les anticipé que era más una agente de tránsito.

Peco todo el tiempo de la necesidad de literalidad. A mí no me dejes hacer una libre interpretación de mi vida, porque automáticamente mi mente va a encontrarle explicaciones extra-sensoriales a situaciones bastantes obvias para el común de la gente. Creo que estoy más para abrir un segmento de alienígenas ancestrales en History Channel al momento de razonar acerca de una situación que de darme cuenta sola de un simple ‘ah, creo que le gusto’.

Si tan sólo mi compañero de portugués me lo hubiese hecho saber, si no hubiese dejado lugar a dudas. Porque es como cuando entré a mi propia fiesta sorpresa. No entendía por qué estaban todos mis amigos juntos, escondidos y esperando que apareciera, por más obvio que resulte. Muy por el contrario, estaba maravillada por la coincidencia de que todos se encontraran ahí. Porque una fiesta sorpresa no cobra sentido para mí hasta que no me griten ‘sorpreeeeesa’.

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