Del que nunca se enteró que yo quise que me hablara antes de que él hubiese querido hablarme

Objeto de experimento # 2

Vieron que hay amigas con las que no es necesario planificar un wachi plan porque sabés que una salida con ella puede terminar siéndolo aún sin quererlo.

Bueno, estoy hablando de mi amiga la Srta. ‘Malbec’. La obligué a que me agasajara cual pareja y que propusiera un plan digno de nuestra Amistad. Y así fue como reservó en una vinería que había abierto hacía tan solo 2 días y que para mi felicidad quedaba a 10 cuadras de casa.

 (CONTEXTUALIZACIÓN) Con “Malbec” tuvimos una época en la que nos juntábamos todos los miércoles a cenar y a tomar una cerveza y a veces dos. Siempre íbamos a la misma cervecería y nos sentábamos en la barra. Después de tantos miércoles durante meses llegamos al punto en el que podíamos saludar a los mozos, decir ‘lo de siempre’ y el encargado nos regalaba cervezas mientras ya charlábamos los 3.  (FIN DE LA CONTEXTUALIZACIÓN).

Al llegar a esta vinería de Palermo, la Srta. “Malbec” estaba sentada en la barra. El upgrade que habíamos tenido de la cervecería a una vinería denotó los años que hace que nos conocemos.

Nos saludamos efusivamente, como siempre que nos encontramos, sin importar si había pasado 1 día desde la última vez o meses.

Después de un abrazo sentido nos sentamos en la barra al mejor estilo ‘Sex & the City’ (aunque no la haya visto imagino que podríamos asemejarnos como una versión del conurbano). Revisamos el menú, probamos vinos cual heladería, y nos decidimos. Quiero aclararle a la audiencia que hace tiempo quiero incursionar en el mundo del vino porque me parece de mujer sofisticada, sin grandes logros ya que al día de hoy sigo prefiriendo una buena pizza con cerveza antes que un lomo al strogonoff acompañado de un tinto.

Pero, hete aquí que mi amiga experta en vinos, me sugirió probar uno que resultó mi perdición y tal vez lo que marcó los acontecimientos posteriores luego de la segunda copa.

Con la Srta. “Malbec” tenemos la gran capacidad de contar una anécdota y no poder terminarla por la cantidad de interrupciones que hacemos de las que salen mil aristas, siendo en un 95% sinsentidos que sólo hacen que no podamos terminar una idea. En medio de estas charlas de variado contenido, desde filosofía griega hasta cálculos astronómicos sobre el origen de los agujeros negros, la Srta. “Malbec” me señaló al muchacho que se encontraba detrás de la barra pero sin el delantal que llevaban los mozos, lo que significaba una de dos: o era el encargado o era el dueño.

A partir de esa mirada de halcón que la caracteriza a mi amiga “Malbec”, no paramos de hacernos chistes de cómo podríamos llamar la atención del muchacho. Barajamos la posibilidad de que yo me hiciera la desmayada sobre la barra y ella pidiera socorro para poder hablarle. Y entre tantas teorías conspirativas “Malbec” me dice: “Ciencitas”, cada vez que pasa caminando nos mira. Yo elegí no creerle, aunque miré a nuestro alrededor, y sin tener que entender mucho sobre conceptos microeconómicos de oferta y demanda, claramente teníamos las de ganar ya que en su mayoría eran parejas (me encanta jugar con tanta ventaja).

El muchacho vestido con camisita y bermudas, se paseó varias veces por detrás de la barra y yo jamás dejé de mirar mi plato de comida, mi copa de vino o a mi querida amiga “Malbec”. Me inhibía pensar en cruzar miradas. Pero, la resolución #1054 (ya les iré contando las otras 1053 resoluciones) para mi año 2020 es empezar a mirar a los ojos al sexo opuesto. Hay toda una teoría sobre cómo es un arma letal e infalible, y decidí probarla. Levanté la vista del plato y mirando hacia donde él estaba, logré un fugaz contacto visual que no pude mantener por más de 3 segundos sin exagerar. Me hice encima.

Me volví a concentrar en nuestras charlas con “Malbec” en la que justo estábamos abordando la temática del desdoblamiento del dólar en mercados inflacionarios, y acto seguido nos interrumpen preguntando ‘¿estaba rica la comida? Silencio. Silencio.

-‘Siii, riquísimo todo, muy bueno’.-

-Me alegro.

Fin. Se retira el (hasta ese momento) posible encargado de la vinería.

¿Qué? ¿Acaso había funcionado mi arma letal de seducción? ¿Así de fácil?

Con “Malbec” permanecimos en silencio sin poder creer haber perdido el hilo de la charla inflacionaria… JA.

A partir de ahí las teorías conspirativas empezaron a tomar vuelo, y así fue como se me ocurrió preguntarle al mozo (quien nos había comentado que tenía 2 días trabajando) información para poder alquilar parte de la vinería para hacer un evento. Y ¿a quién recurrió el mozo para mayor información al respecto? Al supuesto ENCARGADO, obvio.

Yo no sé si Napoleón habrá tenido que diagramar tácticas como las que hicimos nosotras esa noche, pero les juro que me sentí jugando al TEG y leyendo mi objetivo: ABORDAR AL “ENCARGADO”.

El “encargado” se nos acercó con sonrisa ladeada y comenzamos a charlar. Nos sugirió recorrer juntos el bar y subimos al primer piso cual groupies yendo a la cabina el DJ.

Una vez que estábamos por bajar, “Malbec” me dio pie diciéndole:

-Y si te quiere contactar, ¿por dónde lo hace?

Yo, con mis dos copitas de vino encima, me hice la viva, saqué mi celular y le dije: ‘eso, pásame tu teléfono’ casi a la vez en que él respondía: ‘por instagram’.

¿QUEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE? Momento en el que si hubiera tenido enfrente el tablero del TEG lo revoleaba por los aires.

Yo: ah, claro. Tenés razón, busco el nombre del bar y les escribo por ahí.- Y guardé mi celular en el acto.

Indignada bajé las escaleras y cuando mi amiga se adelantó, el supuesto encargado me dice:

E: ¿cómo te llamás?

Yo: Cien, Ciencitas ( #DATO Tengo 1° y 2° nombre y me salió fallidamente la alusión a James Bond).

Él respondió: yo soy “XX”, si querés agregame al Instagram.

¿QUEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE?  Todo bien con esta generación que necesita saber de uno por un par de fotos que subas y por los epígrafes que escribas, pero ¿qué onda?

Ya resignada le respondí: dale, después te busco. Mi tono fue el mismo que uno puedo usar cuando posterga algo que sabe que no lo va a hacer. ‘Dale, después ordeno’. ‘Dale, después lo limpio’. Le di de su propia medicina al muñeco este.

Volvimos a sentarnos con mi amiga y mientras ya olvidábamos la existencia del supuesto encargado, volvió a aparecer del otro lado de la barra, ofreciéndonos un trago y sacando algo más de charla.

Hablamos un montón, nos contó de su emprendimiento junto con otros 7 socios, nos contó que había corrido un par de medias maratones, que era oriundo de La Plata y confesó que sintió alivio cuando preguntamos para reservar el bar ya que quería hablarnos, pero no sabía cómo romper el hielo. Y entre una cosa y otra me pareció oportuno contarle de mi blog. Mi blog que para ese entonces no estaba escrito.

Le conté del desafío de #100 citas en un año. Me preguntó si ya había tenido alguna y le comenté que la #1 por lo pronto, a lo que me preguntó si podía ser la #2 y me la redobló diciéndome de tener la cita esa noche, ahí mismo.

“Malbec” sacó en seguida su celular y con dedos atolondrados quiso pedir un Uber hasta que con voz socarrona dijo: ‘me quedo hasta que baje el precio, sorry’. De haber sido un fragmento de Sex & the City, Malbec habría chiflado en la vereda mientras que un taxi amarillo frenaba inmediatamente delante de ella, pero como anticipé esta es nuestra versión que cuida el bolsillo.

Entré en razón, porque soy una mina bastante analítica en ciertas situaciones, y me pareció lo mejor dejar la cita para otro momento. Intercambiamos teléfonos y quedamos en que me escribiría.

Cuando nos despedimos, al alejarme dos pasos me volvió a llamar pidiéndome que me acercara. Con cierta desconfianza me aproximé y me pidió un beso, a lo que le respondí un NO categórico argumentando que estaban todos sus empleados ahí, mirando.

Ah, ¿había dicho que no? Bueno, pero mi resolución #950 dice que no tengo que seguir escatimando en besos. Así que, en medio del bar, frente a sus empleados y claro que frente a la pobre “Malbec” nos besamos.

Me separé de él, le sonreí y con “Malbec” salimos a la vereda. Nos frenamos, nos miramos y con una carcajada gritamos al unísono “CUALQUIERA”.

Sobre todo porque yo no beso en la primera, y claro que por todo lo demás también.

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