Le pasaron mi teléfono el mismo día que yo recibí el suyo acompañado de una sola aclaración: ‘Ciencitas, no te podés enamorar. Se va a vivir afuera’.
El Sr. ‘Heladerita Coleman’ había cumplido con lo prometido, me había puesto en contacto con un amigo suyo de la escuela.
Pero, ¿quién osaría enamorarse después de que le hayan partido el corazón? Cualquier podcast o charla motivacional diría ‘entrégate de nuevo’ o ‘lo mejor está por venir’, esta última le encanta a mi amiga la Srta. ‘Madama’. (#Anécdota. Habíamos alquilado una casa en Tandil que tenía en la pared del living un vinilo pegado con esta frase. Apenas entramos se frenó, lo leyó en voz alta y respondió ‘essssta’ haciéndole un corte de manga a la pared donde se encontraba la inscripción. La Srta. ‘Madama’ es otra guerrera del Amor que se encuentra en rehabilitación). Dicho esto, enamorarse no sería un problema, porque no estaba dentro de mis planes.
El candidato #4 me contactó ese mismo día sin saber nada de mí, ni de mi blog, ni mis citas.
‘Soy XXXXX. Me pasaron tu contacto y sospechosas instrucciones de cómo proceder’.
Me encantaría conocer las instrucciones, le respondí.
‘El sobre decía “información confidencial”. No quiero quilombos.’
Y así empezó una charla cómica en la que nadie revelaba más información que la necesaria para concretar la salida. No nos preguntamos nada, ni profesiones, ni signos del zodíaco, ni colores preferidos, ni nada. Fue una charla que rozaba la superficialidad, pero con mucho humor de parte de él y debo admitir que con un don para enviar el gif o sticker apropiado para cada tópico que tocábamos.
Me propuso salir ese mismo lunes y no sin antes preguntarme ‘¿o va muy rápido todo?’. Si bien yo jamás tuve un tema con los días lunes, siempre mejor un lunes que un domingo a la noche (indígnense lectores que seguramente sean todos ‘haters’ de los lunes a la mañana, pues yo no), ese lunes estaba vibrando bajo (JA). Así que le respondí ‘muy lunes’ y supo aceptar el rechazo.
Sin saberlo, ese NO de aquel lunes hizo que la cita se pospusiera 3 semanas. No por falta de ganas, sino porque ambos teníamos agendas bastante cargadas y además… ¿cómo les digo? Sufrí de una intoxicación que podía jugarme una mala pasada. Me entienden, ¿no? Sudoración y corrida al baño. ¿Se entendió? Así que prioricé dar una buena primera imagen.
A todo esto, yo jamás lo había agendado para evitar que viera mi foto de whatsapp. No sé por qué creía mejor mantener mi anonimato el mayor tiempo posible, hasta que dos semanas después lo agendé. Me hizo saber que se sentía honrado de ser un contacto finalmente y recién ahí me dijo: ‘te voy a confesar, ahora que ya me agendaste, que yo estuve en tu casa’.
¿Cómo?
Hace un año, un depto., una terraza, una fiesta.
Si pronunciás las palabras depto. + terraza + fiesta en una misma oración definitivamente estás hablando de mi casa (¡bueeena fiestera!). Sí, efectivamente había venido hacía un año y ninguno de los dos recordaba al otro. Yo había organizado una fiesta el 14 de febrero y los invitados tenían que traer amig@s solter@s (en otro posteo les contaré de otra marca registrada de Ciencitas). Él había sido invitado en condición de amigo soltero. Curioso ¿no? ¿Cómo tuvo el tupé de no registrar a este camión con acoplado que se esfuerza por ser escritora? Pero, para no tirarle toda la culpa a él, a mí el día anterior me habían puesto aparatos fijos (manejo un timing de relojería suiza), así que probablemente yo haya evitado todo tipo de contacto. Estaba aún adaptándome a poder cerrar los labios con todo ese arsenal pegado a los dientes, imagínense si iba a ponerme grandilocuente con los invitados. NO CHANCE.
Estuvimos 3 semanas hablándonos sólo cuando intentábamos coordinar, sin suerte y postergándolo una y otra vez. Ambos vivimos una Vida bastante llena de planes, lo cual complicó muchas veces la espontaneidad en lograr coincidir.
Hasta que un lunes le escribí: ‘si pensás invitarme este jueves no puedo’ lo que desencadenó en que concretáramos la cita para el martes.
Fue ahí cuando usé, lo que yo considero, mi “fatality”, de esas que te dejan tirado en el ring sin poder levantarte. ¿Están listos? Lo invité a tomar una cerveza a un banco de plaza, aprovechando el tan adorado verano y sus noches de calor. Tomen nota porque nunca me falló el plan. Y si bien, siempre que lo cuento me tildan de hippie, es un gran plan, descontracturado, económico y con un dejo a Lala Land (sólo que en mi versión siempre está la posibilidad inminente de ser asaltado mientras te distraés mirando algún ganso saliendo del lago).
Aceptó sin chistar, encantado con la idea, y me dijo que me despreocupara de todo, que él llevaría picada y cerveza y me pasaría a buscar en el horario acordado. Fue así como ese martes a las 22.20hs me escribió ‘llegué, estoy con balizas frente a la panadería’.
Me subí al auto con una seguridad tal pese a que fuera un completo extraño, y creo que eso se lo tengo que agradecer a Uber que te obliga a viajar junto con el conductor. ¡Gracias Uber!
Subí y lo saludé con una naturalidad que ya empiezo a creer que me caracteriza. La charla fluyó desde el minuto 0. CERO eh. En el trayecto hacia la plaza contamos un poco sobre nosotros mismos, qué hacíamos, a qué nos dedicábamos… él CONTADOR. Uhhh, cómo la baja esa profesión ¿no? Re aburrido estarán pensando. Un pibe contador te lo imaginás vestido de Legacy, con zapatos náuticos y sweater de hilo atado al cuello (¿o esos son los ingenieros?), bueno da igual. Peeeero mis queridos lectores, este contador acababa de salir de otro encasillamiento: el típico hípster. Barba tupida y cuidada, pelito estudiado medio con jopo, camisa de estampa alocada y cerrada hasta el último botón, zapas cancheras y bermudas. ¡Ah! Y olvidaba: una pulserita de cuero en una de sus muñecas.
Hago una pausa porque ustedes no me conocen, pero les juro que la onda surfer/hípster es CERO MI ONDA. Creo que prefiero al que me cae con la chomba Legacy (esto ya es más complejo de Electra creo yo, a tratar con la psico) que a uno con pulsera de cuero. Pero la resolución #266 dice ‘en la diversidad está el gusto, así que habrá que probar’.
Veníamos charlando hasta que noté que en el asiento de atrás había una sillita de bebé. WHAAAAAAAAAAAAAAAAAAT? No pude disimularlo y él se anticipó, viendo que yo ya estaba buscando el botón ‘eyectarme del vehículo’, y confesó que el auto era prestado y la sillita era de su sobrina. FIUUUUUUUUUUUUU queriiido. Recién ahí pude retomar la charla.
El pibe es de esos que hace chistes inteligentes. Ojo acá, porque no es menor este dato. Es el típico que te tira la comparación más ocurrente, como cuando podés comparar cualquier cosa de la vida diaria con un capítulo de Los Simpson (si me habré quedado fuera de chistes así por no haberlos mirado). Bueno, él te arma esas comparaciones con cualquier cosa de la vida y les aseguro que llorás de la risa (re enamorada la mina JAA).
Nos sentamos en un clásico banco de plaza, de esos con tablitas de madera y respaldo. Cuando el muchacho sacó vasos (¡hasta vasitos había llevado!), lo miré sorprendida y le dije: la cerveza en la plaza se toma del pico. Así que guardó los vasos y compartimos la cerveza entre sorbo y sorbo. (Re canchera estuve ¿no?).
Decidió naturalizar el detalle de que se iba a vivir afuera y dando por sentado me dijo ‘Heladerita Coleman te dijo ¿no?’
No, ¿qué cosa?
¿No te dijo? Que me voy a vivir afuera.
Ah, ¿posta? ¡Qué bueno che!
Y pongo pausa en el relato de la cita.
Se preguntarán porqué mentí. Mentí porque me anticipé. Soy muy buena sacando conjeturas de lo que podría pasar si a b o c, y lo único que pensé antes de hacerme la sorprendida fue: ¿por qué habría aceptado salir con él si ya sabía que se iba? ¿Cuál habría sido mi coartada? Y no podía blanquearle el proyecto.
Después de unas cuantas cervezas, el contador hípster se deslizó por el banco de plaza con cierta gracia, hasta acercarse tanto que me besó. Y nos seguimos besando. Se puso de pie, me tomó de las manos y me hizo levantar para bailar. Les dije: muy Lala Land. Bailamos y nos seguimos besando.
Cuando subimos a su auto para dar por finalizada la salida, puso música y me volvió a besar. Voy a dejar de decir besar porque no transmite la verdad. ¡Chapamos a lo loco! Meta chape y chape. Hasta que interrumpí uno de los besos con un resoplido. Ah sí, porque yo no me río con mucho ruido, soy más de las que resoplan por la nariz en mudo. Sí loco, me tenté en medio del beso al darme cuenta que hacía rato estábamos chapando y yo tenía el cinturón de seguridad puesto. Imagínense la poca movilidad que tuve en ese chape. Luchemos por la Vida: ¡GRACIAS, recibí el mensaje a la perfección! Ahí es cuando el contador hípster me desabrochó el cinturón. Nunca pensé que podía resultar tan seductor que apretaran el botoncito y que el cinturón saliera disparado enrollándose sobre sí. Mientras el contador seguía siendo avasallante, eligió acariciarme una pierna, a lo que le agarré la mano y le aclaré: nunca contrapelo, amigo. Espero que la audiencia comprenda que en el ajetreo del día a día es difícil estar siempre impecable, pero les juro que a la vista zafaba.
Me dejó en casa, a unos pocos metros, y antes de bajar le dije con cierta astucia: más vale que me mandes mensaje preguntando si llegué bien.
Obvio que les conté la salida a mis amigas, y la Srta. Kamikazee me dijo ‘si en la salida #4 conociste a alguien con potencial, significa que un 25% de los que conozcas valen la pena, 1 de cada 4. Es un montón’. Qué bueno que Kamikazee sea abogada, porque hay cosas que exceden a la probabilística. Como cuando mirás el pronóstico para elegir entre cargar un paraguas todo el día y tal vez no usarlo, o no llevarlo y que probablemente diluvie.
Y mientras me lavaba los dientes mirándome al espejo y deseando que ese 25% no se achique a medida que vaya conociendo más gente, el teléfono chilló: ¿llegaste bien?
Este 25% es como haber tenido paraguas un día de tormenta, pero elegir de todas maneras caminar bajo la lluvia.