![](https://i1.wp.com/www.singleladiesproject.com/wp-content/uploads/2020/05/Del-que-hizo-uso-del-‘modus-operandi’.png?resize=352%2C303&ssl=1)
Sufrí de una tendinitis en la muñeca que ya parecía recurrente, así que acepté la sugerencia de probar un nuevo método, y caí en el consultorio donde me atendí durante un mes con una chica. La última sesión pautada me comentó que no me atendería ella, dado que ya tenía agendados otros pacientes, pero me comentó que me trataría un compañero suyo.
Recuerdo que era viernes, toqué el timbre y subí por las escaleras. Al llegar al piso golpeé con el nudillo la puerta, casi como si estuviera pidiendo permiso para entrar.
Me abrió el que terminaría siendo mi kinesiólogo. Me hizo pasar al consultorio y no me dio ninguna otra indicación más que lo esperara allí. Me apoyé en la camilla, intentando mostrar algo de familiaridad con el procedimiento que se vendría. Yo sabía que me tendría que acostar, pero dado que no me indicó que lo hiciera me quedé parada. Apoyé mi traserito y de brazos cruzados me miré las uñas de los pies que las tenía increíblemente bien pintadas.
Abrió la puerta, un muchacho con cabello de carpincho (de ese que nace para arriba y que parecería no conocer la fuerza de gravedad), algo petiso, y resfriado hasta la médula.
Casi sin hablarme, mientras inhalaba su propio resfrío me dio las mínimas indicaciones necesarias. Me hizo recostar y me tomó la muñeca.
Me hizo preguntas varias de rutina. ¿Dónde creía haberme lesionado la muñeca? ¿Qué deportes practicaba? ¿Dónde trabajaba? Nunca pareció prestarme realmente atención a lo que le respondía. En mitad del procedimiento tuvo que apartarse y dándome la espalda se sonó la nariz excusándose de una alergia de esas que se ven sólo en publicidades de Alernix en primavera. Le pregunté si se había hecho ver y me comentó que sí, que efectivamente sufría de alergia a cosas varias como: los ácaros, el epitelio de gato y… AL PASTO. ¿Al pasto? Me tenté, sólo pude responderle: menos mal que vivís entre cemento y hormigón.
La sesión siguió bastante profesional. Demasiado a mi gusto.
Sonó el timbre a mitad del tratamiento y él me compartió una reflexión sobre la cantidad de veces que suena el timbre por día, y me admitió que era algo que lo ponía de terrible humor. ‘Siendo 3 timbres por paciente (puerta de calle, más puerta del depto. y timbre para salir del lado de adentro en la puerta de calle), y atendiendo 2 pacientes por hora, al cabo de un día el timbre suena 48 veces.’ Orgullosa de mí misma le dije: ‘tu estadística ya no aplica porque yo no toqué el timbre al subir’. No pareció valorarlo.
No recuerdo cómo salió el tema de que él era de una ciudad del sur de Argentina, que casualmente yo conocía y hasta había estado varias veces por unos amigos de mis viejos.
Acá va otro #datodemí. Yo soy de esas personas que se emocionan por demás cuando encuentran coincidencias con otras personas, ni hablar cuando me topo con gente en lugares fuera de lo común. Pero cuando digo que me emociono, es una emoción real. El famoso ‘gachi, pachi’ siento que fue guionado para mí.
Cuestión, que cuando el licenciado me comenta de su ciudad de origen lo primero que atiné fue a decirle: ¿de casualidad conocés a…? A lo que me interrupió abruptamente y de manera poco gentil me dijo: ‘nono, escúchame una cosa, es una ciudad de 100mil habitantes’ (Dato H. A chequearlo, porque no recuerdo exactamente el número). Lo cual lo sentí como que me estaba tratando de porteña ignorante, que considera que todo lo que sea por fuera de la capital son meros pueblos del interior. Así que no hay mejor contraataque que hacerse la ofendida en casos así. Le respondí que era una pena que no me dejara comprobar si efectivamente conocíamos a la misma familia oriunda de esa ciudad, y le dije que yo tenía una capacidad asombrosa para encontrar vínculos aún sin el uso de ‘amigos en común’ de las redes sociales. Pero, OK, si él estaba tan convencido de hacerle caso a la probabilidad de 1/100mil, OK. No se diga más, no le diría el apellido de la familia que conocía.
Como era oooobvio, el bichito le picó efectivamente y acabó pidiéndome que le dijera a quién conocía. Y adivinen en qué resultó: LOS CONOCÍA EFECTIVAMENTE (#dato el apellido es holandés así que es un recuerdo fácilmente ubicable en la corteza prefrontal de tu cerebro). Y sí, el mundo es un pañuelo, no hay que portarse mal, pueblo chico infierno grande y tantas otras frases que no tienen nada que ver podríamos decir en este momento. A raíz de esto hablamos de los 6 grados de separación que nos unen a todas las personas del Mundo y me recomendó escuchar un tema llamado ‘Six degrees of separation’. Esto lo tomé como un guiño, aún no sé porqué en verdad. ¿Vieron cuando una quiere encontrar que le están tirando onda y en verdad NADA QUE VER? Tal vez la situación de estar acostada me hizo sentir algo vulnerable. Si bien estaba vestida hasta con las sandalias puestas, pero en fin… la percepción femenina muchas veces puede fallar y ésta no fue la excepción.
Otro guiño que sentí teledirigido fue cuando me hizo publicidad de su ciudad y frente a mi cara de resignación ante las escasas atracciones que presenta me dijo ‘y no sé qué más puedo ofrecerte’. Faaaa. El instinto femenino volvió a fallar. El pibe no me registraba en lo más mínimo pero yo sentí todo como indirectas. ¿Por qué le interesaba que encontrara atracciones en su ciudad? ¿Acaso me llevaría a veranear y conocer a su familia?
La sesión terminó, y sin querer generé ese momento en el que te quedás mirándote con la otra persona sin nada que decir y haciendo sonrisa de labios apretados que concluyó con un: ‘bueeeeeno, si es necesario me quedo esperando que alguien salga del edificio antes de tocar el timbre’. Ni una risita esbozó, no sé si porque no entendió el comentario o porque la alergia no le permitía ser simpático. Debería haber no sólo tocado el timbre sino hasta debería haber hecho una sonada rítmica (como me gusta tocar el timbre a mí, casi como un sello personal con el que me pueden identificar del otro lado de la puerta. Otro #datodemí).
Efectivamente bajé y no toqué el timbre de salida, sino más bien él calculó lo que me llevaría llegar a PB y me abrió la puerta. Salí convencida de haberme esforzado sin resultado alguno.
Y hasta acá parecería ser la NO historia como suele decirme mi amiga la Srta. Del Oeste cuando nos mandamos audios efectivamente sin historia (“hoy fui al laburo, de ahí a la verdulería, después miré una serie… AJAM”).
¡Pero no! Porque esta historia tuvo un plot twist (o como decimos los que no sabemos inglés: un revés dramático, aunque de drama no tenga nada) cuando ese mismo viernes lo stalkée (otra palabra en inglés que significa ‘te chusmeo las redes sociales que Dios quiera las tengas públicas porque sino el divertimento termina en 321’) y al comentárselo a mi Amigo “Hermano latinoamericano” me incitó a que le hiciera click al famoso botón ‘SEGUIR’. WOW. Este revés es demasiado millenial a mi gusto, pero me tuve que adaptar a los co-protagonistas con los que me fui topando.
Y así de fácil la NO HISTORIA se transformó en historia.
Cuando digo que sólo fue un click, es literal. No le escribí, no le di like a ninguna publicación. Nada.
El sábado a la noche me llegó un mensaje que decía ‘qué linda sorpresa’. Ni más ni menos. A lo que me pareció oportuno responder ‘RIIIIING. El que te debía’. Lo escribo y me río porque me pareció un chistazo. Hablamos de banalidades como ser ‘qué vas a hacer hoy a la noche’ y no más que eso. (Antes de que me lleguen preguntas respecto a qué iba a hacer ese sábado a la noche, la respuesta es: irme a dormir. Porque los solteros también nos vamos a dormir un sábado a la noche a las 10pm sin culpa, sabiendo que vamos a morir solteros).
El domingo, mientras relataba toda excitada lo sucedido ‘me escribió: ¡qué linda sorpresa! O seaaa’, la Señorita “Soy mi propia jefa” tuvo un furcio y se refirió al muchacho como el ginec… kinesiólogo. Y ante las carcajadas lo bautizamos ‘El Ginesiólogo’. Este es el NO DATO, pero quería compartirlo porque así lo llamamos durante varias charlas.
El lunes volvimos a hablar con el ginesiólogo a raíz de una contestación mía a una historia suya. Millenial alert. Sin mucho diálogo intermedio me invitó a cenar a su casa, acusando ser un buen chef.
Cuando le conté a mis amigas esto último, la Señorita “Madama” me tildó de inocentona, y me trató de despabilar diciéndome ‘todos son chef Ciencitas, con tal de que vayas a la casa, es el modus operandi ¿no entendés?’. Pero yo ya había aceptado, acatando la resolución #431 del 2020 “siempre que puedas garronear una cena, ¿qué dudas tienes? ¡Pues acepta!” (Esta resolución amerita una prórroga al 2025 mínimo).
Y acá me di cuenta del uso que hago de la literalidad. Si me invitan a cenar, es a cenar ¿o no?
‘De última llevo pasto en la cartera’, pensé.